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martes, 26 de febrero de 2008

LOS ARTILLEROS CUANDO RUJE EL CAÑON

REAL CUERPO DE ARTILLERÍA
Al iniciarse la guerra de independencia la artillería mantenía la organización de 1806; estaba dividida en artillería de campaña, artillería de guarnición y plana mayor del cuerpo.
La artillería de campaña la formaban cuatro regimientos situados en Barcelona, Cartagena, Sevilla y La Coruña, entre ellos debían de mantener en Segovia un destacamento fijo de cinco compañías, una de ellas a caballo, que cubriese la plaza de Madrid y los Reales Sitios. En 1808 una parte de la artillería de campaña, 270 hombres de a pie y 89 de a caballo, se encontraban entre Nyborg, Kjertemünde y la isla de Langeland, en Dinamarca, formando parte de la división de Fionia, al mando del Marqués de la Romana.
La artillería de guarnición, estaba compuesta por 19 compañías de a pie distribuidas de la forma siguiente: 1 en Mallorca, 2 en Ceuta, 1 en Canarias, y 1, hasta 15, en cada una de las plazas siguientes: Figueras, Tarragona, Alicante, Valencia, Zaragoza, San Sebastián, Vigo, Gijón, Santander; Ciudad Rodrigo, Badajoz, Algeciras, Almería, Málaga y Sanlucar de Barrameda.
Organización del Arma en 1808
Director General: El Generalísimo Godoy. Príncipe de la Paz
Artillería de Campaña
1º REGIMIENTO
En Barcelona 2 batallones cada uno con cinco compañías, una de ellas a caballo
2° REGIMIENTO
En Cartagena 2 batallones cada uno con cinco compañías, una de ellas a caballo
3º REGIMIENTO
En Sevilla 2 batallones cada uno con cinco compañías, una de ellas a caballo
4° REGIMIENTO
En La Coruña 2 batallones con todas las compañías de a pie
LOS ARTILLEROS
EN Mayo de 18o8 no tenía el Real Cuerpo de Artillería otra fuerza en Zaragoza que la compañía fija establecida en dicha capital por la plantilla vigente á la sazón. No sabemos á cuánto ascendería su fuerza presente, pero, descontando el destacamento Jaca cargo del subteniente D. Félix Iñigo, puede asegurarse que el efectivo disponible en Zaragoza, no pasaría de 5o individuos de tropa al mando del teniente facultativo D. Francisco Camporedondo y del subteniente práctico D. Pedro Dango. Vacante entonces la Comandancia de Artillería de la plaza, desempeñaba la interinamente el teniente Camporedondo, pero debe advertirse que tan pronto como el capitán retirado del Real Cuerpo D. Ignacio López Pascual se presentó al general Palafox, fué de hecho el director de todos los servicios de la artillería, marchando Camporedondo á encargarse de la Comandancia de Jaca.
Además de los oficiales anotados, residía en Zaragoza, el teniente del Cuerpo D. Rafael de Irazabal, á quien los patriotas recluyeron en el Castillo de la Aljafería por el único delito de ser sobrino del capitán general D. Jorge Juan Guillelmi, depuesto y arrestado en dicha fortaleza á consecuencia del alzamiento del 24 de Mayo.
Por estos mismos días llegaba á la Capital el capitán 1.° del Real Cuerpo D. Juan Nepomuceno Consul que, en virtud de órdenes de Palafox y por su propio derecho como oficial más antiguo, tomó posesión de la Comandancia.
Tan benemérito artillero concurrió con su valor habitual al choque de Alagón, pero no llegó á tomar parte en la batalla de las Eras por haber salido en posta para Huesca, donde se detuvo cinco días á fin de organizar fuerzas y allegar recursos de orden del general, según escribe el Conde Toreno.

No es fácil empresa puntualizar el númer
o de los artilleros existentes en la ciudad al comenzar el primer Sitio, siendo tan grandes como son las contradicciones de los historiadores: Alcaide, el más minucioso y abundante en noticias, afirma (Tomo I, pág. 62) que el 14 de Junio, víspera del primer ataque del enemigo, sólo se contaba con 5o artilleros, esto es con la fuerza de la Compañía fija; pero esta cifra es tan notoriamente errónea que el mismo historiador la rectifica en el estado inserto á la pág. 325 del citado tomo, de cuyos datos resulta que días antes de que Lefebvre embistiese á Zaragoza, había en la plaza 1.463 soldados veteranos, de los que, los 25o eran artilleros y zapadores.
Pero tampoco es cierto este dato; las compañías de zapadores organizadas é instruidas por el insigne sargento mayor del Real Cuerpo de Ingenieros D. Antonio Sangenís, no fueron creadas hasta que principiaron los trabajos de fortificación el 18 de Junio, y ya el 14 de dicho mes había entrado en la plaza un pelotón de 25o artilleros del primer regimiento, procedentes de Barcelona, que se puso á cargo del capitán Cónsul. El autor anónimo del librito titulado Acontecimientos de Aragón, que en 1813 á raíz de aquellos redactaba sus impresiones de testigo ingenuo, libre de la monomanía de Alcaide (siempre empeñado en regatear al ejército su participación en el primer Sitio) al describir la famosa batalla del 15 de Junio y la heroica resistencia opuesta al enemigo en las puertas de la ciudad, en la Aljafería y demás puntos atacados, dice textualmente (pág. 16): «Doscientos cincuenta artilleros que salieron de Barcelona y llegaron el 14, estaban con los pocos de la plaza distribuidos en estos parajes.» Ya vamos viendo claro: añádase esta fuerza del primer regimiento á la de la compañía fija, y resultará que el Real Cuerpo de Artillería contribuyó á la defensa de Zaragoza desde los primeros momentos de su asedio con los tres oficiales facultativos D. Juan Cónsul, D. Ignacio López y D. Rafael de Irazabal, el práctico D. Pedro Dongo y 300 Ó más individuos de tropa.
A fines de Junio ya estaba en Zaragoza, procedente de Navarra, el benemérito capitán 1.° D. Salvador de Opta, que por su valeroso comportamiento en los combates de los dos primeros días de Julio, fué ascendido por Palafox al empleo de Sargento mayor de Artillería, y siendo el más antiguo de los oficiales presentes, se encargó de la Comandancia del arma, desempeñándola con tanta firmeza como sabiduría, hasta que en la memorable jornada del 4 de Agosto, fué forzoso retirarle de las baterías de Santa Engracia gravemente herido. En 1.° de Julio llegaban procedentes de Barcelona, impulsados por su honor y patriotismo, los subtenientes, recién salidos de la academia, D. Jerónimo Piñeiro de las Casas y D. Francisco Betbecé, que desde luego tomaron el mando de las baterías más castigadas por el sitiador; al segundo de estos oficiales le pusieron Calvo de Rozas y Alcaide el apodo de Bozete, con tanta fortuna, que pasaron por él tomándole por apellido verdadero los historiadores Conde de Toreno, Príncipe, General
Arteche y hasta el sabio preceptista artillero D. Manuel Fernández de los Senderos engañados por la autoridad de los inventores del desatino.
Que en todo el mes de Julio se acrecentó grandemente el número de artilleros con los que fugados de las plazas ocupadas por el enemigo llegaban á cada momento á la ciudad, es un hecho que no admite duda, porque en los primeros combates de dicho mes fueron numerosísimas las bajas de sangre, y á pesar de ello más bien aumentó que disminuyó el efectivo numérico, puesto que contaba el cuerpo con un sargento mayor, tres capitanes, tres tenientes, tres subtenientes, lo sargentos, 34 cabos y 306 artilleros de tropa veterana, ó sean cuatro compañías bien completas. (Alcaide, Tomo I, pág. 16o.) Cierto que esta fuerza con su escasa oficialidad no era bastante para manejar de día y de noche más de 70 piezas de todas clases y calibres, repartidas en una multitud de baterías en constante ejercicio, y de aquí que los oficiales de ingenieros Cortinel y Simonó, el teniente de navío D. José Primo de Rivera y su hermano D. Joaquín, capitán de infantería, el de caballería D. Luciano de Tornos y otros varios tuvieran que encargarse de la dirección de los fuegos en algunos parajes, y que gran número de voluntarios y soldados de infantería tuviesen que ayudar eficazmente al servicio y manejo de los cañones.
Pero debemos aclarar la duda que surge á la vista del párrafo antecedente. De la afirmación de Alcaide, resulta que á principios de Julio había en Zaragoza diez oficiales del cuerpo, de los cuales solo hemos nombrado siete; los tres restantes son el sargento D. Jaime Gaist. (Rit según dicho historiador) ascendido por el general Palafox á subteniente práctico, el capitán 1.° D. Ángel Salcedo comandante del arma en la columna del Barón de Warsage y el teniente D. Juan Calixto de Ojeda afecto á las fuerzas del coronel Perena y comandante de las baterías del Arrabal en las postrimerías de la 1ª defensa.
Antes que ésta terminase con la retirada de los sitiadores, todavía recibió la guarnición el refuerzo de una batería montada, de seis cañones de á 4, que procedente de Tarragona y al mando del capitán D. Manuel de Zara llegó á Osera el 5 de Agosto entrando en la capital el 9 del mismo mes con las tropas de socorro acaudilladas en persona por el general Palafox: con esta fuerte columna venían los capitanes D. Pascual de Antillón y D. Joaquín Lirón de Robles, y de jefe de todos ellos el coronel D. Diego Navarro Sangrón. Por las fechas expresadas se comprende que esos oficiales del Cuerpo contribuyeron al éxito de la defensa, concurriendo durante cinco días á los últimos combates del Coso hasta que los enemigos levantaron el Sitio.
El comportamiento de los artilleros, tanto oficiales como soldados, fué tan admirable que excede á la mayor ponderación; sellaron con su sangre todas las puertas del endeble muro, quedando 17 fuera de combate en la batalla de las Eras el 15 de Junio (Alcaide, Tomo I; pág. 81); solo en la defensa de la puerta del Portillo durante los furiosos ataques del 1 al 2 de Julio perecieron 5o al pie de los cañones (Alcaide. Observación XIV de Palafox, Tomo III, pág. 169); en la gloriosa jornada del 4 de Agosto murieron cuantos servían las piezas de la batería de Santa Engracia (Alcaide, Tomo I, pág. 204), siendo además considerable la suma de los que en las otras puertas, en las varias voladuras, en las salidas y acciones de las afueras sucumbieron al rigor del hierro y fuego enemigo. Sin incurrir en pecado de exageración, bien puede asegurarse que las bajas de nuestros artilleros excedieron de 200 individuos, cuya cifra representa más de la mitad de la fuerza combatiente.
Por eso no es de extrañar que aquellos valerosos soldados fuesen tan deseados y bien admitidos, que el aumento de uno solo era una verdadera adquisición para los comandantes de los puestos artillados. Esmerábase el vecindario en agasajarlos, llevándoles alimentos y refrescos á las baterías, y entre los artilleros de las puertas del Portillo y Sancho llevaron á cabo las heroínas Agustina Zaragoza y Casta Álvarez aquellas singulares hazañas, que les conquistaron duradera y simpática fama en las historias. El día 2 de Julio en que eran enormes las bajas de sangre, llegaron á la Puebla de Alfindén nueve artilleros procedentes de Cataluña, y el coronel Gómez de Butrón, jefe de aquella avanzada, los remitió en un carro á la plaza, para que ganando velocidad llegasen á tiempo de tomar parte en las luchas de tan memorable día (Alcaide, Tomo I, Cap. XV, pág. 16o).
Y como siempre que la artillería se fracciona del modo extraordinario con que lo efectuó en Zaragoza, por el gran número de puestos que fué forzoso guarnecer, sube de punto la importancia de los sargentos, debemos hacer constar que los del Cuerpo se portaron á maravilla por su valor é inteligencia, distinguiéndose muy especialmente algunos de ellos cuyas semblanzas formarán parte de nuestra Galería.
No concurrieron á la 2ª defensa algunos oficiales del Real Cuerpo que se habían distinguido notoriamente en la 1ª: fueron éstos D. Ignacio Lópe, comisionado por Palafox para que le representase cerca del Gobierno Nacional; D. Rafael de Irazabal, que desaparece sin que sepamos cuál haya sido su suerte; D. Jerónimo Piñeiro, prisionero del enemigo en la gloriosa jornada del 4 de Agosto, y por último D. Manuel de Zara, D. Pascual de Antillón, D. Juan Calixto de Ojeda y D. Joaquín Lirón de Robles que en Octubre de 18o8 salieron para Cataluña mandando la artillería afecta á la división expedicionaria del Marqués de Lazán.
Pero la falta de estos siete beneméritos oficiales fué subsanada con exceso por los que llegaron al final del 1.er Sitio con las divisiones valenciana y murciana. Aun con tan valioso refuerzo no pasaron de 21 jefes y oficiales facultativos y 3 prácticos los concurrentes á la 2ª defensa, cuya lista insertamos á continuación.

Mariscal de Campo D. Luis Gonzaga de Villaba.
Brigadier Coronel D. Diego Navarro Sangrán.
» » D. Ángel de Ulloa.
Teniente Coronel D. José de la Serna.
» » D. Manuel de Velasco.
» » D. Salvador de Ozta.
» » D. Juan Consul. +
» » D. Ángel Salcedo.
Capitán D. José Ruiz de Alcalá.
» D. Matías Moñino.
» D. Miguel de Forcallo.
» D. Joaquín Montenegro.
» D. Juan de Pusterla. +
Teniente D. Francisco Betbecé. +

Subteniente D. José de Saleta. +
D. José Rodríguez Zambrano. +
D. Joaquín de Villaba.
D. José Arnedo y Antillón.
D. José de Aguilar.
D. Rafael del Pino.
D. Antonio Primo de Rivera.
Teniente práctico D. Pedro Dango.
D. Francisco de Nevot.+
Subteniente
práctico D. Jaime Gaist (Rit según Alcaide)
Eran pocos, pero buenos, como dice el general Gómez Arteche, y claro es que para las ímprobas atenciones del servicio de las 26 baterías instaladas en el recinto y puestos destacados, sin contar las secciones volantes empleadas en las salidas, y las piezas que defendieron las calles en la guerra de casas, se necesitaba un personal mucho más numeroso de capitanes y subalternos: 20 de los primeros y 40 de los segundos no hubieran sido demasiados, siendo forzoso subsanar la diferencia agregando al servicio del Cuerpo muchos oficiales de las otras armas que se portaron muy bien, y de los cuales sólo hemos podido identificar los 12 siguientes:
Teniente de Navío D. Santiago Salazar.
Alférez de Navío. D. Félix Ruiz.
Teniente de
Infantería D. Isidro Meseguer.+
» » D. Nicolás Corona,
» D. Santiago Angulo.
D. Jaime Fábregues.
D. Felipe Zayas.
D. Nicolás Rodabani.
D. Gregorio Martín.
Sub. Teniente D. Mariano Yoldi.
D. José Lecumberri.
» » D. Pedro Moya.
Y como quiera que no de todos estos beneméritos defensores hemos logrado reunir los datos necesarios para escribir sus biografías, cumplimos un deber de justicia dejando consignados sus nombres.
DECÍAMOS en el Concepto Crítico, que en Zaragoza se habían reunido muchas más piezas de artillería de las necesarias para su defensa, y justo será que nos detengamos á probar esa afirmación.
En los almacenes de la Aljafería había desde el año 1797 un tren de artillería de campaña compuesto de 75 cañones de á 4 y bien se ve lo considerable del número aunque esas bocas de fuego fueran de muy escaso efecto. Y como á fines del mes de Junio se recibieron 6 cañones gruesos procedentes de la plaza de Lérida y 2 obuses que vinieron de Monzón, resulta que los defensores dispusieron de 83 piezas de diferentes clases y calibres, sin contar en ellas la batería del Capitán Zara y el pequeño tren que introdujo Palafox en 9 de Agosto, ya que en Octubre de 18o8 volvieron para Cataluña con la división del Marqués de Lazán.
Debe advertirse que en las jornadas de Mallén, Alagón y Epila, así como en las baterías de Buena-Vista y puentes de la Muela y Casa—Blanca se dejaron clavadas y perdieron 16 de los expresados cañoncitos, cuyo número restado de los 83 que formaban el total, deja subsistente la cifra de 67 bocas de fuego que constituyó la dotación de la plaza en la primera defensa.
Al retirarse los sitiadores el 14 de Agosto, arrojaron al Canal todo su tren de sitio y no pequeño número de piezas de campaña que según datos oficiales componían las siguientes bocas de fuego:
Cañones de á 4 cortos. 21
» de á 8 cortos. 4
» de á 8 largos 3
» de á 12 4
» de á 16 6
Obuses de á 2 pulgadas 5
» de á 7 » 2
Morteros de á 12 pulgadas. 5
» de á 9 » 2
Morterete de probar pólvora. 1
--- total 53
Sólo con tan considerable refuerzo de artillería, gruesa en su mayor parte, que elevó hasta 98 el número de bocas disponibles en la 2ª defensa, puede concebirse el armamento de 26 baterías instaladas en el recinto y sus puestos destacados. Solamente en el frente atacado desde la torre del Pino al convento de Santa Mónica con sus puestos exteriores del Reducto del Pilar y San José, se emplazaron y sirvieron tenazmente nada menos que 11 baterías artilladas con 40 bocas de fuego, sin desatender á los otros frentes y las avenidas del Arrabal. Los morteros y obuses se colocaron preferentemente en las baterías de los Mártires y del Jardín Botánico, para bombardear los edificios de Torrero, parque principal del sitiador.
Y CLARO es que tan extraordinario número de bocas de fuego no podía ser servido por sólo las tropas de artillería que al principio de la 2ª defensa consistían en las ocho compañías organizadas por D. Juan Consul, y las tres (una de ellas á caballo) procedentes de Valencia, que en conjunto reunían 940 hombres entre artilleros y clases. El servicio resultaba penosísimo y fué forzoso reforzar el personal necesario con gran parte de los regimientos 1º de Valencia, y Peñas de San Pedro, batallón de Floridablanca, y las partidas sueltas de otros doce cuerpos procedentes del ejército de Andalucía.

Basta lo expuesto para que pueda comprenderse hasta qué punto contribuyó el Cuerpo de artillería á las tenaces y gloriosísimas defensas de Zaragoza. Pero si como combatiente puso tan alta la raya de la fortaleza y del honor, como exclusivamente técnico en la creación de la Maestranza, de la fundición de proyectiles y metralla, en la instalación de la armería, molinos de pólvora y talla de piedras de chispa, fueron tan eminentes sus servicios, que sin su cooperación fecunda, ardorosa y perseverante, hubiera resultado imposible de todo punto la resistencia de una ciudad abierta y desprevenida.
Las biografías que siguen darán á conocer más al pormenor los méritos y servicios individuales del insigne grupo de artilleros defensores, gala del Real Cuerpo y ornamento de la Patria.

CUANDO RUJE EL CAÑON
Paginas Artilleras de los Sitios de Zaragoza
1º sitio
CERCO DE LA CIUDAD CON BATERÍAS DE BRECHA
Torcal relata: "Los franceses, que habían recibido por las aguas del canal el poderosísimo tren de artillería, pedido por Verdier a Bayona, comienzan con la mayor actividad y diligencia las obras de construcción de baterías de brecha, colocando la primera a la iglesia de San Miguel, junto al Huerva, destinada a abrir brecha en las tapias huerta de Campo Real; la segunda, a la izquierda de la anterior; la tercera frente al puente de santa Engracia; la cuarta frente al puente de Santa Engracia y cerca de él para batir la torre del Pino; la quinta, a la derecha del convento de Capuchinos; la sexta, entre la anterior y el ángulo más orientable del mismo convento, y la séptima, simétrica a la sexta, sobre el ángulo opuesto del convento, treinta y ocho piezas de grueso calibre, más veintidós de campaña, que hacían un total de sesenta piezas, entre obuses, cañones y morteros, iban a llover fuego y metralla sobre la ciudad. El corazón se sobrecoge y el ánimo se asusta al contemplar tan horribles preparativos y máquinas de destrucción".
Y Lejeune añade: "Con la ayuda de estos refuerzos, Verdier pudo hacer el acordonamiento total de la ciudad. Sus tropas pasaron el barranco del Huerva y se establecieron entre este río y la plaza. Lacoste hizo construir siete baterías, amenazando todo el espacio comprendido entre la derecha de Santa Engracia, la puerta del Carmen y la del Portillo. Los trabajos eran llevados con gran actividad, porque quería poner a la plaza en condiciones de rendirse, antes de que pudiera recibir más socorros".
SEGUNDO BOMBARDEO DE LA CIUDAD
Torcal relata: "Alboreaba el primer día de agosto, cuando el clamoroso acento de la campana de la Torre Nueva anunciaba a los habitantes de la ciudad el comienzo de un nuevo y furioso bombardeo. Era una verdadera lluvia de bombas y granadas lo que caía sobre Zaragoza. A unas baterías contestaban otras con regulares intervalos o bien los disparos simultáneos de varias a la vez confundían sus roncos estampidos, llenando los aires de estruendos pavorosos, mientras una gruesa columna francesa, bajada de Torrero, apoderábase del convento de San José, sin que pudieran impedirlo los bravos patriotas que desde el molino de aceite trataban de detener al enemigo. El convento de San Francisco, donde Palafox había establecido su cuartel general, y el Hospital de Na. Sra. de Gracia fueron desde los primeros instantes lo puntos preferidos por los franceses para blanco de sus estragos y furores. El 1 y el 2 de agosto fueron las baterías de Torrero y las de San José, pero el 3 fueron las emplazadas en torno a la ciudad, ya referidas. El fuego era infernal. Las gentes discurrían por las calles, huyendo de sus casas, amenazadas a cada instante de desplomarse enteramente por las continuas explosiones de bombas y granadas, marchando con paso azorado y vacilante, la respiración agitada, temerosos de perecer allí mismo, si la bomba destructora estallaba a sus pies.
Los destrozos que en casas y edificios producían los inflamados proyectiles eran inmensos. Los desplomes de tejados, muros, tabiques y paredes eran continuos. Nada menos que setecientos disparos de cañón, obús y mortero molestaron nuestras defensas en el espacio de catorce horas.
Uno de los puntos donde mayor estrago hizo el fuego enemigo fue en el Castillo, llegando a derruir un lienzo de su débil muralla y parte del edificio hacia poniente. Hubo un momento en que los defensores sintiéronse consternados, pero el valeroso Cerezo, que lo observaba correr a cerrar las puertas, y, volviéndose a los paisanos les arenga y les dice: "Caballeros, aquí no hay más remedio que vencer o morir".
Creyose que aquella misma noche emprendería el enemigo el asalto a la ciudad valiéndose de escalas. Palafox, creyéndolo así, dirige un oficio a Renovales confiándole el mando en jefe de todo el cantón, desde la puerta del Sol a Santa Engracia. "Vd. le dice el general, es activo y no solamente no dormirá, sino que hará que no duerman los demás". Y así pasó la noche, bien despierto, y no hubo novedad, pero al día siguiente, 4 de agosto, sería de gloria para la ciudad.
BOMBARDEO E INCENDIO DEL HOSPITAL
DE Nuestra Señora de GRACIA

Como ya hemos dicho anteriormente, los edificios que más padecieron en el bombardeo, además de las casas particulares, fueron el de San Francisco, donde cayeron más de catorce bombas, obligando a los religiosos a salir precipitadamente a casas particulares, pero muchísimo más en el hospital de Na. Sa. de Gracia, edificio construido en 1425 y que estaba situado en lo que hoy es Banco de España, pero era mucho mayor, pues llegaba hasta Zurradores o Porcel, Santa Catalina y Hospital NI. Sr. de Gracia. El furioso bombardeo de este edificio por los franceses, solo se explica por sus instintos salvajes e inhumanos y por su estúpido afán de destrucción, de que tantas muestras dieron en la guerra de la Independencia. Databa este monumento de 1425, en que fue fundado por el rey Alfonso V de Aragón, y era una preciosa joya arquitectónica, avalorada por sus recuerdos históricos.
Jerusalén. En dicho edificio estuvieron cayendo bombas continuamente, habiendo causado algunos muertos, entre ellos don Mateo Lagunas, e igualmente hizo tanto daño en las salas de los enfermos que antes de mediodía fue preciso tomar providencia de sacarlos, dando licencia a todos los que quisieran irse, y para los que quedaron, se destinó la Real Audiencia, a donde fueron llevados por algunos religiosos en brazos, y por varios paisanos en carros y parihuelas, y al mismo tiempo que en las camas, espectáculo que causaba la mayor compasión y que aumentaba con el lamento de los pobres enfermos, ayudados de los señores regidores, que con sus activas providencias, lograron con la caridad de los fieles, trasladarlos muy en breve y sin ninguna desgracia, a pesar de las muchas bombas y granadas que continuamente estaban cayendo, colocando los enfermos de calentura en el corredor alto; a los militares en la sala de San Jorge; a los de cirugía, en el corredor de abajo, y a las mujeres en la Lonja de la ciudad; pero no habiendo bastante habitación para los hombres, los colocaron en la luna interior de dicha Audiencia, (ésta estaba en la actual casa Acción Católica), destinando las Escribanías para los cirujanos y la sala baja del Acuerdo para las demás dependencias de oficinas y empleados.

Este melancólico trastorno consternó los ánimos de todos, y la caridad, tan natural de los zaragozanos, tuvo mucho que merecer al ver tal catástrofe. El fuego siguió vivamente, arruinando casas y edificios, por cuyo motivo todo el pueblo estuvo en vela, llenándose la Santa Capilla del vecindario que suplicaba devotamente su poderoso amparo en tal conflicto.EL Hospital NI. Sr. de Gracia. Los franceses, sin respetar que el edificio estaba lleno de enfermos y heridos, lo bombardearon con terrible furia. Hubo que trasladar apresuradamente a los que en él se guarecían a la Lonja de la ciudad, no sin que sucumbieran muchos de ellos, heridos por los proyectiles, dentro del mismo edificio o en el camino al ser transportados.

Mucha fue la caridad desplegada por los vecinos, y si por la acción del 15 de junio mereció la ciudad el título de MUY HEROICA, por el de este día mereció el de MUY BENÉFICA. Merecen destacarse las acciones de Juliana Larena en asistir a los heridos y enfermos.

D. IGNACIO LOPEZ PASCUAL


DON IGNACIO LÓPEZ PASCUAL
EL oficial de artillería á quien el conde de Toreno calificó de pilar de la defensa de Zaragoza en su primer sitio; del más amado de Palafox; del que más lució por su valor é inteligencia en los peligros supremos y en las más espinosas comisiones, y que, sin embargo de tantos méritos, sólo necesitó el transcurso de una centuria para que el olvido más pesado y frío que la losa del sepulcro, haya borrado su nombre de la memoria de los vivos.
¿Será que las glorias de este mundo se apagan con la brevedad del fuego fatuo? ¿Será que en la vida terrena no cabe la perpetuidad de los recuerdos? Sin duda alguna, porque de otro modo no se concebiría que la corporación artillera haya olvidado el nombre y los hechos del oficial benemérito que tanto contribuyó á extender su clarísima fama por toda la haz de la tierra: no sería posible que un historiador tan diligente y grave como el general Gómez de Arteche, de artillera procedencia, y que sin duda conoció á muchos antiguos oficiales contemporáneos del defensor de Zaragoza, le confunda lastimosamente con D. Ignacio López Pinto, adjudicando á éste glorias que no le corresponden; y aun se comprendería menos que la capital de Aragón haya olvidado del todo los merecimientos del hijo esclarecido que fué alma de su defensa y gloria de sus armas.
Y que de este olvido no tienen culpa alguna los contemporáneos de López, es un hecho indiscutible. El conde de Toreno aprovecha con viva satisfacción todos los lugares de su historia en que tienen acceso los servicios de aquél, para calificarle de sabio y valeroso; el historiador de los sitios D. Agustín Alcaide (en el catálogo de los defensores que prestaron servicios distinguidos é incluye en el tomo III de su obra) trazó una pálida semblanza de D. Ignacio, pero biografía al fin, y que como tal nos instruye de algunas particularidades de su vida; y el célebre cantor de Trafalgar y de la Imprenta, el gran poeta Quintana, honró la memoria de López al ocurrir su fallecimiento, publicando en el núm. 49 del Semanario Patriótico de Cádiz, su tan sentido como entusiasta elogio necrológico.
DE la familia infanzona de los López de Avenía, originaria de la villa de Quinto, nació D. Ignacio en Zaragoza el 1.° de Febrero de 1776, se bautizó en la pila de San Gil y fueron sus padres D. José López y Dª María Francisca Pascual. Su genio militar y los altos prestigios del cuerpo de artillería le llevaron al colegio de Segovia, donde terminado el curso de estudios con sobresaliente concepto, ganó la charretera de subteniente alcanzando el 2.° puesto en la promoción de 1798, y ascendido á capitán 2.° en 1803 fué ayudante profesor de la compañía de caballeros cadetes, desempeñando con gran lucimiento la clase de fortificación. En 1803, tuvo necesidad de retirarse del servicio con motivo del fallecimiento de sus padres y hermano mayor para cuidar los intereses de su casa, y en tal situación se hallaba cuando el glorioso alzamiento de Zaragoza vino á sacarle, lo mismo que á su cuñado el entonces capitán y después general D. José Obispo, del apacible y voluntario retiro que disfrutaban, para lanzarles como ardientes patriotas á la lucha por la independencia nacional.
Sus servicios en el armamento de Aragón y en la primera defensa de Zaragoza fueron tan relevantes que basta la simple reseña para que se comprendan y aquilaten sin necesidad de extremar la apología. Estrechamente adicto á Palafox por personales afectos é identidad de miras, fué su leal consejero en las resoluciones, su inseparable camarada en los riesgos, y su persona de confianza para las comisiones más arduas. Por orden del General se trasladó á la frontera el 29 de mayo para asegurar el paso de Canfranc y organizar las defensas de la plaza de Jaca, donde dejó de comandante de artillería al teniente D. Francisco Camporredondo, cuya comisión desempeñó con tanta inteligencia como peligro, pues los patriotas jacetanos le tomaron por espía de Godoy, y hubiera perecido á manos de las turbas sin la intervención del teniente coronel D. Fernando García Marín que calmó la efervescencia popular afirmando que López era un distinguidísimo oficial de artillería afecto con alma y vida á la causa del Rey y de la Patria. Terminada su comisión revuelve á Zaragoza con vertiginosa celeridad, organiza una batería volante de cuatro piezas y asiste con ella al desgraciada choque de Alagón el 14 de Junio; al día siguiente, memorable fecha de la embestidura de la ciudad por las tropas de Lefébvre, gobierna con tanta bravura como inteligencia la batería avanzada de Casa Blanca donde sostiene vigorosamente el fuego hasta que inutilizadas las piezas y envuelta la posición por el enemigo, tiene que retirarse con los defensores de aquel puesto. Fué entonces cuando el ilustre caudillo recordando que las defensas pasivas son siempre infecundas y que, como Capitán General de Aragón tiene el sagrado deber de ponerse al frente del ejército para hostilizar al enemigo por la espalda y obligarle á levantar el sitio, resuelve salir de la ciudad para reunir tropas con el objeto expresado, llevando consigo á nuestro capitán para que prosiga en las operaciones exteriores la serie de importantes servicios comenzada el día del alzamiento.



Unido Palafox á su hermano D. Francisco, á los coroneles Obispo y Gómez de Butron y á D. Ignacio, llevando á sus órdenes el batallón antiguo voluntarios de Aragón, el regimiento infantería de Fernando VII, los dragones del Rey y una batería de cuatro piezas que había concentrado en Belchite, marchó por Longares á La Almunia de Doña Godina para juntar sus fuerzas con las alistadas en Calatayud por el barón de Warsage; y pareciendo dicho puesto poco estratégico para las operaciones que meditaba, marchó sobre Epila, teatro de antiguas y reñidas batallas, y posición que juzgó excelente para sus miras de hostilizar al enemigo, cortarles sus comunicaciones y socorrer á Zaragoza en cualquier evento, habiendo logrado reunir un efectivo de 2.346 infantes (en su mayor parte paisanos nuevamente alistados) con 363 caballos y cuatro piezas de artillería. Pero comprendiendo Lefébvre la necesidad urgente de conjurar el peligro que amenazaba su retaguardia pudiendo obligarle á combatir con desventaja entre dos fuegos, después de engañar con un ataque simulado á la guarnición de Zaragoza el día 22, dispuso que el coronel Khlopistki marchase rápidamente sobre Epila con tres batallones, un escuadrón y algunas piezas. A las 9 de la noche del 23 están los adversarios frente á frente y sus avanzadas rompen el fuego; al amanecer del 24 principia su ataque el enemigo, y aunque el choque fué sostenido con firmeza por las tropas veteranas y muy especialmente por la artillería que combatió dignamente, distinguiéndose como siempre D. Ignacio López que la manejaba, entró el pánico y consiguiente desorden entre los bisoños voluntarios que huyeron en todas direcciones viéndose forzado Palafox á retirarse sobre Calatayud con los restos de sus fuerzas de la víspera (Toreno, libro V. Arteche, tomo II, cap. IV.)
LEFEBVRE en tanto apretaba el sitio de Zaragoza, y Palafox, concentrando en Belchite los dispersos de Epila, reunió una columna de 1,300 hombres con 6o caballos disponiéndose á conducir este refuerzo á la ciudad, y no siendo factible llevarlos por la derecha del Ebro sin exposición á una nueva derrota, dispuso que pasasen dicho río por la barca de Velilla, y desde allí los condujo en carros á la capital .para evitar el cansancio y aligerar la marcha á fin de que tan importante socorro llegase á tiempo de oponerse al ataque general que preparaban los franceses, como sucedió en efecto, entrando por la Puerta del Ángel al anochecer del 1.° de Julio (Alcaide, tomo I, cap. XII, pág. 136)
Ya era tiempo, pues el 2 de Julio, hábilmente preparado el ataque general con el bombardeo é incesante cañoneo de la víspera, fueron todas las puertas de la ciudad, desde la de Sancho á la de la Quemada, teatro de empeñada lucha en que los franceses recibieron duro escarmiento. Acude López con el Capitán General á los sitios de mayor peligro; combate bravamente en las baterías del Portillo, Agustinos descalzos y Misericordia, y Zaragoza escribe una nueva é inmortal página en sus efemérides.
Viendo los franceses que el sitio brusco hasta entonces intentado no puede prevalecer por el heroísmo de los defensores, apelan al sitio en regla, principiando trabajos de trinchera contra el ángulo saliente de Santa Engracia y Torre del Pino, elegido al efecto por mandato del Emperador; mas no por eso dejan de atormentar á los sitiados con un sostenido bombardeo, ni de procurar la entrada por sorpresa en diferentes puntos del primitivo ataque, mientras van adelantando sus paralelas, y la puerta del Carmen en la noche del 17 de julio es objeto de una enérgica acometida en que nuestra batería dirigida por D. Ignacio López y D. Francisco Betbecé, escarmienta duramente al agresor rechazándole con pérdida considerable. El 29 de julio dispuso el Capitán General que la guarnición practicase salidas por los puestos de Santa Engracia, Arrabal, y puertas del Portillo y Sancho para detener los trabajos del sitiador, y López desde la batería del Portillo apoya con fuegos certeros la salida efectuada por el coronel Marcó del Pont, siendo su comportamiento justamente alabado en la Gaceta del día (Alcaide, tomo I, pág. 193); posteriormente cuando en el memorable 4 de Agosto consigue el sitiador penetrar en la ciudad y llegar hasta el Coso, donde le detiene con heroico valladar de fuego y hierro la intrepidez zaragozana, que no cesa de combatir sin descanso hasta la deslucida retirada de los sitiadores en 14 de dicho mes, fué también nuestro D. Ignacio (en alternativa con D. Juan Cónsul) el comandante de todas las baterías establecidas en aquella calle histórica y en las embocaduras de sus afluentes que tanta importancia tuvieron en el éxito final. (Alcaide, torno III, pág. 121).
No es de extrañar, por tanto, que servicios tan relevantes tuviesen cumplida recompensa, y que López obtuviese el empleo de coronel al terminar el primer sitio de su ciudad nativa, entre cuyos defensores ingresó de simple capitán. Su carrera fué rápida, pero merecida.
Una de sus más celebradas iniciativas como oficial facultativo consistió en la improvisación de una fábrica de pólvora con utensilios tan rudimentarios como son los almireces de los farmacéuticos, confiteros y chocolateros; pero taller al fin que desde el lo de julio proporcionó á los zaragozanos algunas arrobas diarias de aquella munición indispensable, sin la cual hubiera sido vano intento el de prolongar la defensa harto comprometida desde el 27 de junio, fecha tristísima de la voladura del Seminario Conciliar que privó á la plaza de su mayor acopio de tan capital elemento. Y aunque es cierto que la elaboración resultaba insuficiente, que la defensa no hubiese podido continuar sin; los auxilios de la fábrica de Villafeliche, y sobre todo sin el gran convoy introducido por Palafox en los últimos días, no por eso se rebaja en lo más mínimo la grandiosidad del pensamiento concebido y ejecutado por D. Ignacio López en los momentos más críticos, que ha venido á establecer en el arte de defender plazas la máxima novísima, de que la falta de pólvora no debe ser motivo inmediato de capitulación habiendo salitre y alufre en almacenes.
LA retirada de los franceses el 14 de agosto fué originada, no sólo por el valor zaragozano que paralizó sus esfuerzos, sino también por los triunfos de Bailén y Valencia, que obligando al enemigo á retroceder á la frontera, permitió auxiliar á la capital aragonesa con la división Saint-Marcq que ya á una jornada de Zaragoza, decidió el movimiento retrógrado de Verdier y Lefebvre harto parecido á obligada fuga. Pero Palafox, que no desconocía el genio de Napoleón y su " inmenso poder, tampoco podía ilusionarse con el triunfo efímero del primer sitio, prólogo no más del drama terrible anunciado con voces de ira y venganza desde la opuesta falda del Pirineo; y lejos de dormirse sobre sus laureles, dio comienzo á los preparativos de la nueva defensa que meditaba, comisionando con plenos poderes al Coronel López para que concertase con la Junta Central los auxilios que la metrópoli aragonesa había menester en el pavoroso trance que la amenazaba.
Pasó el Coronel en Madrid todo el mes de septiembre recibiendo grandes deferencias del Presidente de la Junta Suprema Gubernativa del Reino, así como de su secretario D. Martín de Garay que escuchaban los pareceres militares del Comisionado con la consideración debida á su rectitud y gran entendimiento. Tratábase entonces de la concentración de nuestros ejércitos entre Burgos y Zaragoza para cubrir la capital de la Monarquía y contener la nueva invasión que el Emperador preparaba desde Bayona con poderosos medios; y como para ello debía contarse con la cooperación del ejército británico, fuerte de 23 mil hombres, que se hallaba en Portugal, comisionó la Junta al coronel López, por orden de 6 de octubre, para que, con el personal auxiliar necesario cuyo nombramiento dejaba á su elección, marchase rápidamente á Lisboa á conferenciar con el general en jefe á fin de concertar la entrada en territorio español de aquel lucido ejército al que López debía señalar la ruta más conveniente para su comodidad y la de los pueblos del tránsito, y proporcionarle cuantos socorros de alojamientos, víveres y forrajes pudiera necesitar.
Preparados los auxiliares necesarios que encontró López en el excelente personal de los regimientos irlandeses al servicio de España, salió de Madrid el 4 de octubre, llegando á Lisboa el 22 y concertó en el acto la entrada de los cuerpos ingleses, que el 3 de noviembre debían estar en territorio español. El cuerpo principal, bajo el gobierno del general en jefe Sir Moore, debía entrar por Almeida en Ciudad Rodrigo; la división Hoppe penetrar por Badajoz; y á la del mayor general Paget, comandante de las tropas ligeras, se le señaló la entrada por Alcántara. Estas fuerzas, lo mismo que el cuerpo principal, tenían prescripta su marcha á Burgos, punto elegido para la concentración. El coronel López estaba ya en Badajoz el 27 de octubre y corriendo postas llegó rápidamente á Salamanca, en cuya ciudad trazó con gran tino y conocimiento los itinerarios que habían de seguir las tres columnas, señalando detalladamente los caminos, pueblos y descansos para que los oficiales auxiliares, en combinación con los Ayuntamientos, tuviesen, como tuvieron, perfectamente dispuestos los víveres y alojamientos necesarios para nuestros huéspedes, por más que las vacilaciones de Moore malograsen la sabia y bien meditada empresa.
Cumplida su comisión, marchó D. Ignacio á Sevilla para dar cuenta del desempeño á la Junta Suprema Gubernativa del Reino, y con pliegos de ésta para Palafox, regresaba á Zaragoza, donde ya no pudo entrar, por estar sufriendo dicha capital los horrores del segundo sitio. En tal situación no vacila un momento el patriotismo del joven oficial, é incorporado al ejército de Cataluña, contribuye al socorro de Gerona asistiendo á las operaciones del general García Conde, y del brigadier D. Enrique O'Donnell, y nombrado por el general D. Joaquín Blake mayor general de artillería de los ejércitos reunidos de Aragón y Valencia, concurre al triunfo de Alcañiz (23 mayo 18o9) donde con su acostumbrada pericia, dirigió el fuego de aquella famosa batería de 19 piezas, situada en el cerro de las Horcas, centro de la línea española, que obligó á Suchet á emprender su retirada á Zaragoza después de haber visto destruida por la metralla de López aquella fuerte columna de 2.000 hombres., á cuya cabeza pretendió el general Fabre apoderarse de la posición
Después del descalabro de María (15 de junio de 1809), volvió López á Cataluña por orden de Blake, para reconocer y poner en defensa las plazas fuertes de dicho principado, concurriendo á la batalla de Vich, donde fué ascendido á brigadier por el general O' Donnell, quien le dio comisión de pasar á Andalucía para informar al Consejo de Regencia de las circunstancias críticas en que se hallaban aquel ejército y provincia. Instalado en Cádiz con el honorífico cargo de Ayudante general de E. M. del Ejército, y cuando la opinión pública conocedora de sus méritos le indicaba para los más altos puestos del Gobierno, contrajo una dolencia ocasionada por los continuos trabajos que había arrastrado y, descuidada imprudentemente al principio, le arrebató á la Patria y al Ejército el 24 de Octubre de 1810 á la juvenil edad de 34 años; su partida de obito que copiamos literalmente, dice así. Fr. Manuel Delgado, Cura Párroco de esta Villa Real, Isla de León. Certifico: Que en el libro III de entierros á fojas 230 vuelto está la partida siguiente: En la villa de la Real Isla de León en 25 de Octubre de 181o, se enterró por esta Jurisdicción Castrense, en el depósito común, Casa Alta, el cadáver de D. Ignacio López, brigadier, Ayudante general de E. M. de este Ejército, natural de Zaragoza, soltero, hijo legítimo de D. José López y de Dª Francisca Pascual. Murió en 24 del mismo, recibió los Santos Sacramentos de penitencia y extremaunción, testó militarmente fueron testigos D. Bartolomé Rodríguez Madueño y D. José Pascual, y para que conste lo firmé en dicho día ut supra. Fray Manuel Delgado.
ERA D. Ignacio López persona de gallarda figura, clarísimo entendimiento y singular erudición, y principió á escribir un diario del primer sitio de Zaragoza, del que por desgracia sólo se conservan los cuatro primeros pliegos. Estos papeles así como los borradores de sus famosos itinerarios, reales despachos, pruebas de nobleza, testamento y partida de defunción, estuvieron en poder de su hermana y heredera la Excma. Sra. Dª Rita López, viuda del general Obispo, de cuyas manos pasaron á los señores Unceta y López, sus sobrinos, quienes tuvieron la bondad de proporcionárnoslos para redactar esta biografía, que terminaremos con las sentidas frases dedicadas por el gran Quintana á las singulares prendas de nuestro malogrado héroe.
«Festivo y decidor cuando hablaba, era la delicia de sus amigos en el trato particular, lleno de ocurrencias y sales oportunas. Los excelentes estudios que había hecho en su juventud, le proporcionaban alternar sin violencia, con el humanista, con el hombre de estado y con el filósofo, del mismo modo que con el militar, hallando todos en su conversación extremadamente agradable, un compañero inteligente y aficionado á aquellos mismos conocimientos. Su corazón, franco y leal, no conocía el artificio ni la lisonja; y por un privilegio que la Naturaleza concede á muy pocos, López estaba sin cesar diciendo verdades á los hombres y nadie se ofendía de ellas. Fué doloroso sin duda, verle perecer en el vigor de la edad, en medio de tan bellas esperanzas y cuando podía hacer los mayores servicios á su Patria.»

D.RAFAEL DE IRAZABAL

D.RAFAEL DE Irazabal
El Conde de Toreno y el general Gómez de Arteche en sus respectivas historias de la guerra de la Independencia, al narrar el famoso y frustrado ataque dado por los franceses á las puertas de Zaragoza el memorable 15 de junio, expresan que el Castillo de la Aljafería donde gobernaba D. Mariano Cerezo, contribuyó grandemente con el certero fuego de sus cañones á que el enemigo fuese duramente escarmentado en sus intentos contra la puerta del Portillo, la del Carmen y el cuartel de caballería, posiciones que dominaban las baterías establecidas en aquel antiguo é histórico palacio de los reyes de Aragón, añadiendo un concepto omitido por D. Agustín Alcaide que atribuye al paisano Cerezo todo el mérito de aquel oportuno y bien dirigido cañoneo; y es que un joven oficial de Artillería sobrino del general Guillelmi y preso con éste en el castillo «olvidándose del agravio recibido, sólo pensó en no dar quiebra á su honra y cumplió con lo que la Patria exigía de, su persona», al lanzarse á dirigir el fuego de los cañones hábil y denodadamente. Las palabras subrayadas son del Conde de Toreno.
Pero si Alcaide nada dice de esta hazaña, se complace grandemente en referir la prisión del oficial de artillería D. Rafael de Irazabal, sobrino de Guillelmi efectuada el 24 de mayo, atribuyéndole el pensamiento de desertar á Jaca, llevando consigo los artilleros que estaban en Zaragoza. (Tomo I, pág. 8.)
Perdonemos al historiador aquella sospecha desprovista de pruebas y racionales fundamentos, en gracia de que nos descubre el nombre del joven oficial que tan gallardamente contribuyó al triunfo del 15 de junio; y séanos lícito manifestar la extrañeza que causa el ver que ni Arteche ni Toreno citen el nombre, cuando ponderan la hazaña.
D. Rafael de Irazábal salió del Colegio de Segovia en la promoción de 1799, ascendió á teniente en 1802, y en 18o8, cuando fué detenido en la Aljafería, era Capitán segundo á las órdenes de su tío el Capitán General de Aragón D. Jorge Juan de Guillelmi. Es de presumir que prosiguiese en el Castillo durante todo el primer sitio, pero no podemos afirmarlo. El joven capitán desaparece de toda memoria; en ninguna parte le encontramos, y no podemos decir sí su prematura baja el Cuerpo de Artillería fué por muerte, por voluntaria separación del servicio ó por afrancesamiento solo nos consta que ya no figura en la Escala de 1810 ni en ninguna de las sucesivas.

D. JERONIMO PIÑEIRO DE LAS CASAS

D. JERÓNIMO Piñeiro DE LAS CASAS
NATURAL de Santiago de Galicia, de la noble casa de su apellido, caballero de justicia en la orden de San Juan y hermano del que fué ilustre general de artillería D. Santiago Piñeiro, había ascendido á subteniente el 2 de enero de 18o6 con destino al primer regimiento. Hallábase en Barcelona en junio de 18o8, cuando los acontecimientos de Zaragoza, inflamando su juvenil entusiasmo, le impulsaron á abandonar aquella plaza en compañía de D. Francisco Betbecé, y correr en posta camino de la capital de Aragón á donde llegaron en la tarde del 1.° de julio.
Su llegada no pudo ser más oportuna; los franceses emprendían vigoroso ataque general á las puertas de la ciudad y Palafox recibió con gran afecto á los jóvenes artilleros destinando á Piñeiro á la batería del Portillo y á Betbecé á la del Carmen.
¿Cómo se portó Piñeiro en la defensa de la batería del Portillo durante el memorable combate del 2 de julio? Dícelo claramente la Gaceta del mismo día en estas breves palabras: Es imponderable el valor de los oficiales y soldados artilleros y de los comandantes y tropa de las baterías y puestos atacados. Dícelo también el galardón que Palafox concedió tanto á Piñeiro como á Betbecé, otorgándoles el grado de teniente, en premio de sus hazañas.
Invadidos por el enemigo, poco después, los fértiles campos de Rabal en la izquierda del Ebro, fué preciso disponer columnas volantes que guardasen aquellas cercanías impidiendo todo conato de bloqueo que hubiera sido perjudicialísimo á la defensa. A este efecto se preparo un cañón de campaña que dirigido por Piñeiro concurrió con las demás tropas á los combates de Ranillas el 10 y el 11 de julio, á las reñidas escaramuzas de 14 y 16 del mismo mes en el alto de los Molinos el y carretera de Barcelona, al reconocimiento del puente del Gallego día 23, donde pereció gloriosamente el brigadier D. Manuel Viana, Y á las salidas de los coroneles Butrón y Obispo en los días 29 y 30 para obligar al enemigo á que abandonase sus ataques á la Torre del Arzobispo. Después de estos reñidos encuentros todavía combatió denodadamente en la que pudiéramos llamar gran batalla del 4 de agosto, en la cual tuvo la desgracia de quedar prisionero en el Coso, Pero su comportamiento había sido tan meritorio y distinguido, que obtuvo por de pronto los grados de capitán y teniente coronel, y tiempo andando la cruz laureada de San Fernando de 2ª clase.
Conducido á Francia, permaneció 16 meses en el deposito Dijon, pero logró evadirse y presentarse en el primer ejército en 12 diciembre de 1809, marchando en seguida á Cádiz en cuya defensa perseveró hasta el fin de la guerra.
No pasó del empleo de Capitán de artillería, en el cual obtuvo su retiro para Caldas de Reis en 26 de abril de 1820; pero descontento de su inacción ó instigado más bien por sus opiniones constitucionales volvió al servicio en 1823 y estuvo en la defensa de Sevilla contra el ejército realista; y claro es que la reacción le hizo pagar muy cara su nueva intrusión en nuestras intestinas luchas, persiguiéndole de muerte y obligándole á emigrar á Francia, desde donde no pudo regresar hasta el 20 de mayo de 1834.
Retirado de nuevo á su casa de Caldas, obtuvo mejora de retiro en 28 de julio de 1847, según leemos en su hoja de servicios. Como ya dijimos, no pasó de Capitán de artillería, pero tenía el grado de coronel.

D. MANUEL DE ZARA Y VARELA

D. MANUEL DE ZARA Y VARELA
Por una certificación del general Palafox consta que Zara salió de Tarragona mandando una batería de seis piezas de batalla el 20 de julio de 18o8: que en su marcha fué atacado por las avanzadas enemigas en Aljafarín, á las cuales rechazó valerosamente: que incorporado al General en Villamayor, hizo con él su entrada en Zaragoza el 8 de agosto, permaneciendo en ella hasta el 27 en que regresó al ejército de Cataluña: y añade que desde el 8 al 14 del referido mes de agosto le encomendó el mando de las baterías del Portillo y Misericordia, que desempeñó bien y cumplidamente.
D. Manuel nació en Ceuta en 1779 é ingresó como caballero cadete en el Alcázar de Segovia el 10 de abril de 1793; ascendió a Subteniente en II de enero de 1799 y á Capitán 2º en 12 dé septiembre de 1804, y no teniendo particulares noticias de sus servicios al final de la guerra de la Independencia, nos limitaremos á decir que en 4 de marzo de 1816 se le concedió el grado de Teniente Coronel con antigüedad de 14 de agosto de 18o8, por sus méritos en el primer Sitio de Zaragoza, gracia del todo estéril, puesto que desde el año 1812 era ya Teniente Coronel efectivo del cuerpo; en la escala de 1817 figura con el grado de Coronel; fué Teniente Coronel Mayor del primer regimiento, Comandante del arma en la plaza de Gerona, y habiendo ascendido á Coronel del cuerpo y Comandante de la plaza de Tortosa, fallece, en esta ciudad en 22 de diciembre de 1828 á los 49 años de edad.

D.PASCUAL DE ANTILLON Y MARZO

D. PASCUAL DE ANTILLON Y MARZO
ERA hermano del benemérito cuanto desgraciado Sr. D. Teodoro de Antillón y ambos nacidos en Santa Eulalia de Albarracín, en la antigua y noble casa de su apellido. D. Pascual ingresó en el Alcázar de Segovia, como caballero cadete del Real cuerpo de Artillería en 1796; ascendió á subteniente en la promoción de 1799, á la que también perteneció D. Pedro Velarde; á Capitán 2° en 1804, con este empleo prestaba sus servicios en la fábrica de armas blancas de Toledo, cuando á consecuencia de los memorables sucesos del 2 de mayo de 18o8 se fugaron de sus destinos los oficiales de artillería destinados á dicho establecimiento en busca de las fuerzas españolas que se aprestaban á la lucha contra los invasores.
Antillón debió refugiarse en Valencia y llegar á Zaragoza con las divisiones de Saint—Marcq y O'Neille, puesto que no hemos registrado noticias de su presencia en la capital de Aragón hasta los últimos días de la primera defensa.
En octubre de 18o8 fué nombrado por el general Palafox Comandante de Artillería de la división que á las órdenes del Marqués de Lazán salió para Cataluña, con la cual concurrió á todas sus marchas, operaciones y hechos de armas, especialmente á la acción de 26 de diciembre en Armentera y á la de 1 y 2 de enero de 18o9 en Castellón de Ampurias, manifestando en todas su valor y pericia, y contribuyendo eficazmente al buen éxito de ellas. Posteriormente, en agosto de 18o9, obtuvo la comandancia de artillería de la plaza de Mequinenza en la que fué hecho prisionero después de haberla defendido con el valor que es notorio, constando todos estos méritos y servicios en una certificación que tenemos á la vista, librada en Madrid por e} Marqués de Lazán á 19 de julio de 1814.
Por los citados méritos obtuvo Antillón á su regreso á la patria el grado de Coronel de ejército con el empleo de Teniente Coronel de Artillería al que le correspondió ascender con antigüedad en 1812. En 1817 era Comandante del arma en la plaza de Peñíscola, y estaba condecorado con la cruz de San Hermenegildo y la de distinción por la victoria de Castellón de Ampurias.
Pocos años debió sobrevivir Antillón á la fecha de 1817 antes apuntada, puesto que no figura en la escala del cuerpo correspondiente al año 1823 inserta en el Estado Militar de dicho año.

D.JUAN CALIXTO DE OJEDA

D. JUAN CALIXTO DE OJEDA
CABALLERO cadete del Real Cuerpo de Artillería en el Alcázar de Segovia ascendió á subteniente en 1801, siendo el primero de su promoción, y á teniente con destino al 2° departamento, ó sea á Cartagena, en 1803.
Con este empleo y sin duda antes que las divisiones valencianas, llegó á Zaragoza y tomó parte en la 1ª defensa, en la cual obtuvo el mando de las baterías del Arrabal, portándose en ellas con honor y acierto según consta en un certificado del general Marqués de Lazán que tenemos á la vista.
Por otro certificado del mismo ilustre general, consta que Ojeda salió de Zaragoza en Octubre de 18o8, afecto á la artillería de la división expedicionaria del expresado Marqués, y que con ella concurrió á todas sus operaciones y hechos de armas, distinguiéndose en el combate de Castellón de Ampurias el 2 de enero de 18o9.
Terminada la guerra de la Independencia sólo sabemos de Ojeda que ascendió á Teniente Coronel del Cuerpo en 1813, á Coronel en 1832 y á Brigadier Subinspector del departamento de Puerto Rico en 1845. Fué comandante de artillería de las plazas de Valencia y Zaragoza y estaba condecorado con la placa de la Orden de San Hermenegildo, la encomienda de Isabel la Católica, y varias cruces de distinción, entre ellas la del 1.er Sitio de Zaragoza.

D. JOAQUIN LIRON DE ROBLES

D. JOAQUÍN LIRON DE ROBLES
Como Antillón, Ojeda y Zara, llegó á Zaragoza á tiempo de asistir A al último período del primer sitio, y en
unión de dichos oficiales salió para Cataluña con la brigada de artillería afecta á la división del Marqués de Lazán, concurriendo con ella á los gloriosos combates de Armentera y Castellón de Ampurias, en los cuales se distinguió notablemente.
Corta fué su vida, pues murió gloriosamente en la defensa de Tarragona el 28 de junio de 1811, cuando la plaza fué asaltada por los franceses, siendo uno de los once oficiales de artillería que perecieron en las brechas de aquella histórica ciudad, conquistando eterna fama al leal Cuerpo, cuyo uniforme honraban.
No sabemos de donde era natural: había ascendido á subteniente en 1799, siendo compromocionario de Velarde, Antillón y Mantilla, todos de ilustre memoria, y al morir era Capitán 2°, á cuyo empleo ascendió en 1804, con el grado de teniente coronel por méritos de guerra.

EL GENERAL VILLAVA

EL GENERAL VILLAVA
Poco dicen de él los historiadores porque, ni su graduación, ni el dificilísimo cargo que desempeñaba de comandante general de artillería del cuerpo de ejército embotellado en Zaragoza, durante su segundo sitio, le daban puesto de combatiente en los lances de armas de continuo empeñados. Su labor fué fructuosa, activa y constante. Preveer las múltiples baterías de personal, material y municiones; atender á la continua recomposición de las bocas de fuego y
armas portátiles; y fabricación de piedras de chispa, pólvora, montajes, cartuchería, proyectiles y demás elementos de maestranza á que atendió con celo y actividad incontrastable, y sin los cuales no hubiera podido llevarse á cabo la defensa, son servicios tales que solamente los técnicos pueden apreciar debidamente. Mucho debió la defensa al benemérito general Villava, que, si bien secundado por jefes del Real Cuerpo tan acreditados y distinguidos como su mayor de brigada D. Manuel de Velasco, D. Juan Consul, D. Salvador de Ozta y D. Ángel Salcedo, poco tiempo ha podido dar al descanso durante el largo período del segundo sitio terminado por su gloriosa cuanto lamentable capitulación.
Era D. Luis Gonzaga de Villava un aragonés entusiasta, un artillero acreditadísimo y un patriota que todo lo sacrificaba al honor de la independencia de España.
Nació en Zaragoza en 1751, de la ilustre y antigua familia de su apellido. Fué hijo de los cónyuges D. Joaquín de Villava y Valls, magistrado integérrimo de la Real Audiencia de Aragón, y D.a Francisca de Aybar Sanahuja Marco y Catalán, y hermano por tanto del benemérito Miguel de Villava y Aybar, Regente de la misma Real Audiencia.
Era persona de gran instrucción, capacidad y firmeza de carácter, acrecentando el imperturbable valor que manifestaba en los peligros la circunstancia de ser sumamente sordo.
Tenemos á la vista la hoja de sus servicios cerrada por fin de Diciembre de 1807. Fué caballero cadete en el Real Colegio de Segovia en 1770; siguió con distinción toda su larga carrera; sirvió algunos años en Méjico; concurrió á la guerra contra Francia (1794-95) perteneciendo al ejército de Navarra; fué coronel director de la fábrica de pólvora de Murcia, en cuyo empleo contrajo en 1803 su matrimonio con la Sra. Dª Javiera de Arróspide, natural de Tolósa de Guipúzcoa, en quien tuvo á su hijo D. Luis de Villava y Arróspide, que fué coronel de artillería. Ascendió á Brigadier Jefe de Escuela del segundo departamento del arma (Cartagena) en 25 febrero 18o6.
En la hoja de servicios á que nos referirnos consta el informe del General Subinspector del departamento D. José Manuel de Vivanco, que por curioso y conciso no queremos dejar de copiar. Dice así:
«Este oficial reúne muchos conocimientos en diferentes ramos de artillería y con especialidad en el de pólvoras que ha tenido á su cargó, desempeñándole con mucho acierto y la actividad propia de su genio: Tiene talento é inteligencia conocida, pero es sumamente sordo.
La Junta Suprema de los reinos de Valencia y Murcia, premió los méritos del brigadier Villava, ascendiéndole á mariscal de campo y encomendándole por decreto de 22 de agosto de 18o8, el mando de una división fuerte de 5.5oo hombres, al frente de la cual vino en socorro de Zaragoza cumpliendo lo mandado por la referida Junta.
Llegado á esta ciudad en momentos en que el general Palafox organizaba el ejército que sucesivamente se llamó del Centro y de Reserva, se deshizo la división murciana que fué repartida entre las que mandaban los generales
O'Neille y Saint-Marcq, quedando encomendado á Villava el alto cuanto difícil cargo de Comandante general de Artillería.
Publica en 1809 un opúsculo titulado Zaragoza en su segundo Sitio de que no pudimos haber á la mano ningún ejemplar, pues el folleto se ha hecho rarísimo y sólo conocemos de él los escasos fragmentos publicados por el historiador Alcaide, que hacen sentir vivamente la falta de la obra íntegra, aunque basten para dar á conocer el estilo limpio, castizo y severo del autor, así como su disidencia con Palafox respecto al último período de la defensa que tantas ruinas ocasionó inútilmente á la ciudad, pues escribía (V. Alcaide T.° II, nota 13, pág. 329): Viendo los oficiales facultativos que la catástrofe de Zaragoza tenía poco remedio, y que en todo el tiempo no se había hecho una junta de guerra, ni la más leve consulta, pidieron por escrito a Palafox se congregase según lo prevenido por el artículo 24, Título V, tratado 1I1 de las Reales Ordenanzas, añadiendo que su objeto no era otro sino el de cubrir la responsabilidad bajo su firma, y que su Excelencia era árbitro de determinar lo que le pareciera después de oír á los jefes, quienes estaban prontos á cuanto resolviese; pero esta seria exposición no tuvo siquiera la fortuna de ser contestada.

D.DIEGO NAVARRO SANGRAN

DON DIEGO NAVARRO SANGRAN
Continuaron las desgracias porque los franceses, dueños ya desde aquellos días de varios puntos y barrios de la ciudad, se apoderaban de las casas y minaban, pereciendo en las voladuras todos los días las bizarras tropas, dignas de suerte más gloriosa en discreta y racional guerra.»
Después de esta sentida queja, referente al ningún efecto que causó á Palafox la razonada cuanto legal pretensión de los comandantes generales de artillería é ingenieros, queréllase con justa severidad de la forma en que se efectuó la entrega de la plaza, y para demostrar la perfidia con que el vencedor trató á los prisioneros, prescindiendo descaradamente de lo capitulado, dice: «Apenas llegaron nuestras tropas á la »Casa Blanca, empezó el robo de caballos y equipajes; y que habiéndose quejado al general Morlot que las conducía, respondió, que eran »entregados á discreción y de consiguiente nada tenían que reclamar. »Fusilaban á nuestros soldados que se quedaban atrás por no poder »sufrir la fatiga de tan violenta marcha; y se pasaba por encima de »los cadáveres tendidos en el camino real, hasta el número de 270 »desde Zaragoza á Pamplona, sin contar con otros que fusilaron en »los campamentos y en las divisiones de los caminos». (Alcaide. Tomo II, nota 19, pág. 342).
Como se ve nuestro general llegó hasta Pamplona en la cuerda de prisioneros, pero debió fugarse en el pequeño trayecto de dicha ciudad á la frontera, puesto que en 20 de Agosto de 18o9 fechaba en Murcia el opúsculo de que hicimos referencia, y en 20 de Octubre de 1811 hallábase en Palma de Mallorca donde firma las notas y adiciones á su obrita. Poco le duró la vida, pues falleció en Diciembre de 1815 á los 64 años de su edad, apretado por los achaques y penalidades que le proporcionó el segundo sitio de Zaragoza.
Los tres ilustres hermanos, D. José. D. Diego y D. Joaquín Navarro Sangrón, aunque por la línea paterna eran oriundos de Aragón, nacieron en Valencia, siendo sus padres el coronel del cuerpo de artillería D. José Antonio Navarro y Ferrández, natural de Añón, y doña Isabel Sangrón y Lizarraga, hija del celebérrimo general de artillería D. Diego Sangrán, que gobernó y salvó la plaza de Orán al ocurrir la muerte del ilustre Marqués de Santa Cruz de Marcenado.
D. José Navarro Sangrán, Mariscal de campo y jefe de E. M. de artillería del generalísimo Godoy, emigró con éste y no volvió á España, viviendo constantemente en París, donde la única hija que tenía murió sin dejar sucesión.
D. Joaquín Navarro Sangrón, Conde de Casa—Sarria, Teniente General é insigne artillero, para cuya gloria basta insinuar que fué cuartel maestre, ó sea jefe de E. M. General de Castaños en la inmarcesible batalla de Bailén, murió también sin dejar sucesión en los dos matrimonios que contrajo.
D. Diego Navarro Sangrón, el 2° de los tres hermanos, fué el defensor de Zaragoza, de cuyo breve esbozo biográfico vamos á ocuparnos.
-Era ya D. Diego coronel de ejército, y teniente coronel de artillería cuando procedente de Cataluña, acompañando al tercer batallón de Reales Guardias Españolas y al 2° de Voluntarios de Aragón, llegó á Osera el 5 de agosto de 18o8, presentándose en dicha villa al General Palafox y al Marqués de Lazan, con quienes celebró consejo para tratar del socorro de Zaragoza, y entrando en esta ciudad con el Caudillo asistió á los últimos combates del primer sitio y á todo el segundo. Fué en éste upo de los más conspicuos consejeros del General, quien en premio de su comportamiento le ascendió á brigadier.
Enfermo de la epidemia y debilitado por los trabajos y fatigas de la defensa, empezaba á convalecer cuando la capitulación de la plaza lo redujo á la triste condición de prisionero de guerra; y como su salud había quedado achacosa y debilitada, tanto que ya nunca pudo reponerla por completo, tuvo que prestar palabra de honor de no fugarse para poder salir de los depósitos, habitar en las inmediaciones de París y últimamente en Niza, donde según nuestras noticias falleció á los 44 ó 45 años de edad en 1812, conservando su situación de prisionero.
Dejó una hija única, D. María del Carmen Navarro y Fonseca, Camarista de la Reina, al servicio de la Infanta D.' María Luisa Carlota, que en 1824, casó con el Coronel y después Brigadier D. Joaquín Dusmet y Sesma, gentil—hombre y secretario del Infante D. Francisco de Paula Antonio. Dicha señora heredó á toda la familia de los Navarro de Añón, que este era su verdadero apellido paterno, y fué propietaria de la casa solariega y rico patrimonio de los Navarros en la villa de Ambel y campo de Borja. A la muerte de D. Carmen heredó este patrimonio su hijo D. Joaquín Dusmet y Navarro, antiguo y distinguido jefe de E. M. fallecido en 1888 siendo brigadier de ejército. En dicha casa solariega y entre otros excelentes retratos de familia hemos visto el de D. Diego Navarro Sangrón de media figura, y pequeño tamaño, que, como su padre y hermanos, era persona de gallardo porte y expresiva fisonomía.

D. ANGEL ULLOA Y VARGAS

D. ÁNGEL ULLOA Y VARGAS
FIGURA muy honoríficamente en el parte de la batalla de Tudela dado por O' Neille á Palafox, á cuyo hecho de armas concurrió como coronel comandante de Artillería de la división Saint-Marcq, quien también le elogia y recomienda en su parte, fechado en 8 de diciembre de 18o8, en cuyo documento se dice que éste y los demás oficiales del Real Cuerpo causaron mucho daño al enemigo por el acierto con que dirigieron el fuego. Asistió después al segundo sitio de Zaragoza, apareciendo su nombre con el empleo de brigadier en las listas de defensores, pero el historiador Alcaide no particulariza sus méritos y solo sabemos que concurrió á la batalla del Arrabal.
Era natural de Olmedo y miembro de una de las más ilustres familias de Castilla la Vieja. Nació hacia el año 176o, ingresó en el colegio de Segovia en 1775, ascendió á subteniente de Artillería en la promoción de 178o, y siendo capitán del cuerpo, graduado de teniente coronel, solicitó y obtuvo su retiro en 28 de enero de 1803. Estaba por tanto en situación de retirado en 18o8 al sobrevenir los movimientos precursores de la guerra contra Francia y debía residir en el Reino de Valencia, pues no de otra manera puede explicarse su venida á Zara-goza con la división Saint-Marcq.
Prisionero, como comprendido en la capitulación, pocos años pudo tardar en morir, pues vemos que su nombre no figura en la Escala del año 1817 ni tampoco en el Estado Militar de 1823.

D.JOSE DE LA SERNA Y DE HINOJOSA

D. JOSE DE LA SERNA Y DE HINOJOSA
TAN preclaro varón que, en justo premio de sus excepcionales méritos, alcanzó las elevadas jerarquías, de teniente general de los Reales ejércitos, virrey del Perú y Conde de los Andes, fué uno de los ilustres artilleros concurrentes á la segunda defensa de Zaragoza, de cuya medalla conmemorativa siempre hizo gala, poniéndola en el pecho y en el encabezamiento de sus decretos al lado de las grandes cruces de San Fernando, San Hermenegildo é Isabel la Católica que ostentaba dignamente.
Hijo de padres de la más calificada nobleza, nació en Jerez de la Frontera en el año 1770; ingresó en 1782 en el Colegio de Artillería de Segovia, y ascendió á subteniente en 1787, siendo compañero de promoción del inmortal Daoiz. Conquistó merecida fama por su valor é inteligencia en la heroica defensa de Ceuta sitiada en 1791 por el Emperador de Marruecos, y muy principalmente en los días 25 de agosto, 30 de septiembre y 31 de octubre del referido año, cuando la guarnición realizó aquellas valerosas salidas que destruyeron todos los ataques y baterías del sitiador, obligándole á levantar el cerco; y no fueron menos importantes sus servicios en las guerras del Rosellón y Cataluña contra la república francesa, y en las expediciones marítimas del general Mazarredo contra los ingleses. En 18o5 ascendió á teniente coronel, sargento mayor del 2° Regimiento de Artillería, con cuya unidad concurrió á la defensa de Valencia, y últimamente á la de Zaragoza, á donde llegó en los primeros días de agosto de 18o8, mandando las compañías de artilleros de plaza afectas á las divisiones enviadas por la Junta Suprema de Valencia en socorro de los aragoneses.
En pleno segundo sitio claro es que, por su categoría de jefe, no desempeñó el mando inmediato de ninguna batería aislada, pero sí el grupo de las que constituían una misma línea, y como Cónsul, Ozta, Velasco y Navarro Sangrón, eligió siempre para su asistencia é inspección los puestos de mayor peligro.
Prisionero por la capitulación y conducido al norte de Francia, pudo evadirse felizmente, y atravesando Suiza, Alemania y Hungría, aportar á Salónica, embarcarse y llegar á tiempo de coadyuvar al glorioso y definitivo triunfo de la Patria.
Ascendido á coronel del cuerpo en 1812 obtuvo el mando del 3.er Regimiento, y al terminar la guerra de la Independencia, en la que conquistó envidiable notoriedad, fué promovido á brigadier del ejército.

Promovido en 1816 á mariscal de campo y nombrado general en jefe del ejército del Alto Perú, cuyos apartados dominios gobernaba desde Lima el virrey D. Joaquín de la Pezuela, Marqués de \ duma, principió La Serna sus trabajosas campañas contra los insurrectos peruanos que, dueños de un país de extensión inmensa, luchaban por su emancipación, protegidos por los buques ingleses de los almirantes Cochrane y Guise, que bloqueaban los puertos, imposibilitando los socorros de España. No era difícil, por tanto, predecir el fin de tan desigual contienda.
Por otra parte, proclamada en España y aceptada por Fernando VII la Constitución de 1812, á la que Pezuela era poco afecto, surgieron desavenencias que motivaron la renuncia del Virrey, quien n 29 de enero de 1821 resignó su alto cargo en manos del general
La Serna, designado para sucederle por mandato de S. M. contenido en un pliego secreto.
Litigiosa y poco saneada era la herencia que el nuevo virrey recibía de su benemérito antecesor; el tesoro estaba exhausto; Colombia, Venezuela y Buenos-Aires, eran independientes de hecho; Chile había roto el vasallaje derrotando á los españoles en Maypú en abril de 1818; el ejército Real, compuesto casi en su totalidad por natura-les del país y simpatizadores con su independencia, tenía que habérselas con los numerosos contingentes de colombianos, venezolanos, chilenos y argentinos que entraban por norte, poniente y sur al mando de Alvarado, Riva-Agüero, Tristán, Chinchilla, Santa Cruz, Bolivar, San Martín, el francés Sucre y los ingleses Miller y Duchbury. En el reloj del destino sonaba hora de emancipación para la América meridional, y en vano procuraba retrasarla el noble virrey, preparándose al combate como buen soldado y honrado caballero.
Cumpliendo elementales deberes dio comienzo á su mando proclamando en Lima la Constitución de 1812 vigente en la madre Patria; y considerando urgente acudir con mano firme á los apuros del tesoro, convino con los principales jefes del ejército en reducir las pagas á la mitad, dando, para decretar esa reducción, el buen ejemplo de renunciar á sus pingues haberes, quedándose solamente con 12.003 pesos anuales, que para la alta representación de un virrey y general en jefe, era suma insignificante, máxime si se tiene en cuenta la carestía de aquel país.
Tomada esta resolución, y encomendando el mando del ejército al general D. José de Canterac, no dudó el virrey en afrontar la necesidad de establecer su gobierno en punto más céntrico y libre que la ciudad de Lima, estrechamente bloqueada por mar y por tierra, y presa á la sazón del hambre y de la peste. La salida de las extenuadas y famélicas tropas de aquella guarnición se imponía como medida salvadora, y La Serna, dejando bien guarnecida y provista la fortaleza del Callao, evacuó la capital el 6 de julio, llevando las tropas restantes á reponerse en el saludable valle de Jauja, y poco después á la ciudad del Cuzco, antigua residencia de los Incas y punto estratégico tanto para el buen regimiento del Estado corno para la dirección de las operaciones militares.
En el año 1822 prosiguió la guerra guerreada de grandes marchas y pequeñas acciones, cuyos hechos más salientes fueron la victoria de Ica (7 de abril) en que Canterac destrozó la división insurgente de Tristán, y el levantamiento del bloqueo de la ciudad de La Pa. con-seguido por D. Jerónimo Valdés, después de haber castigado con mano dura al cabecilla Lanza. Y todavía más gloriosas y fecundas en triunfos fueron las campañas realizadas en 1823: rómpelas Valdésdesbaratando al insurgente D. Rudesindo Alvarado en Torata y Moquehua (19 y 21 de enero) casi al mismo tiempo que Canterac consigue recobrar á Lima (18 de junio) y que el virrey después de alcanzar otra brillante victoria sobre Santa Cruz en Sicarica y de poner en desbandada la caballería de Sucre en Arequipa (8 de octubre) consigue limpiar la costa de sus tenaces perturbadores, por cuyos méritos obtuvo el ascenso á teniente general.
Pero la campaña de 1824 fué del todo funesta para las armas y los intereses españoles; principió por la traición del general Olañeta que, abandonando al ejército leal, se pasó con su división al enemigo, y acabó por la catástrofe de Ayacucho, que puso término á la dominación de España en la América del Sur. La Serna, al frente de un pequeño ejército compuesto de 8.400 infantes, 1.600 caballos y 14 piezas de artillería de montaña, marchando por las escabrosidades de los Andes invade la provincia de Huamanga, y el 3 de diciembre ataca y desaloja á Sucre de sus posiciones de Matara, obligándole á retirarse sobre Quinoa; síguele el virrey y el 8 de diciembre acampa en el cerro de Condorcdnqui al frente del enemigo. Sólo el pequeño llano de Ayacucho separa á los dos beligerantes; la batalla es inevitable y tiene que ser decisiva, porque ni Sucre puede abandonar su excelente posición defensiva sin riesgo de perderse, ni á La Serna le es posible retroceder teniendo á su espalda al traidor Olañeta, que le hubiera destruido en los pasos ventajosos previamente ocupados. La única salvación posible era la victoria.
Y amaneció el nefasto 9 de diciembre de 1824; la batalla sangrienta, ventajosa al principio y bien reñida en nuestra derecha, se pierde en izquierda y centro, y el general La Serna que á la cabeza de sus tropas procura acrisolar su honor y buscar la muerte, cargando impetuosamente al enemigo en desigual pelea, cae prisionero en sus filas derramando sangre por seis heridas.
Solo el ala derecha, capitaneada por Canterac y Valdés pudo continuar resistiendo en la áspera ladera del Condorcanqui, pero era forzoso capitular y Canterac afrontó esa dolorosa responsabilidad: perdióse la batalla pero quedó incólume la honra.
LIBRE el Virrey de sus prisiones por consecuencia de la capitulación, fué conducido á la Caleta de Quilca con los generales Canterac, Monet, Villalobos, Valdés, Fertaz y demás compañeros de infortunio que con tanto valor como desdicha pelearon en Ayacucho, y la fragata francesa Ernestina, que zarpó el .° de enero de 1825, los desembarcaba en Burdeos tan pobres como honrados, después de cinco meses de navegación.
Adornaban al general La Serna las más relevantes prendas de talento, valor, probidad y patriotismo, y fueron tan grandes sus esfuerzos para la conservación del imperio de los Incas, que ni aun el desastre de Ayacucho logró mancillar su fama. Alábanle los historiadores Conde de Clonard, D. Modesto de la Fuente y D. José Segundo Florez, y sus mismos subalternos, que ordinariamente cargan sobre el general vencido todas las culpas de la adversidad, fueron sus mayores apologistas: Espartero en una proclama célebre, llamábale el más virtuoso de los Virreyes; García Camba en sus interesantes Memorias no le cita una sola vez sin elogiarle, y otro tanto hace el ingenuo D. Jerónimo Valdés en su conocida Exposición á S. M. El mismo Fernando VII, á pesar de su carácter suspicaz y desconfiado, lejos de dar oído á envidiosos y calumniadores, que nunca faltan, y previa una minuciosa depuración de la verdad, quiso honrar noblemente al vencido, agradeciéndole con el título de Conde de los Andes en recuerdo de sus glorias, trabajos y desventuras.
Acompañado del duelo del cuerpo de Artillería y de cuantos le conocieron, murió el Conde en Cádiz, en julio de 1832, á los 63 años de su edad.

D. MANUEL DE VELASCO Y COELLO

D. MANUEL DE VELASCO Y COELLO
NACIÓ en Villa del Prado á 7 de Marzo de 1776. Era Regidor de Madrid y persona de posición en la Corte, tanto por la notoriedad de sus méritos, como por el rango de su aristocrática familia.
De su hoja de servicios, resulta que ingresó como caballero cadete en el Colegio de Segovia el 28 de Diciembre de 1787, alcanzando la charretera de subteniente á 12 de Enero de 1793 una vez terminados los estudios profesionales. Ascendió á capitán primero en 16 de Septiembre de 1804, y á teniente coronel en 26 de Agosto de 181o. En 14 de Octubre de 1814, se le revalidó el entorchado de brigadier, que le con-cediera Palafox sobre el campo de batalla del Arrabal de Zaragoza, y en 30 de Mayo de 1815 fué ascendido á mariscal de campo. Restablecido el sistema constitucional, y nombrado Velasco gobernador militar de Madrid en Junio de 182o, fué baja en el Cuerpo de Artillería, en cuya escala acababa de obtener el empleo de coronel por antigüedad.
Tan rápida y brillante carrera no fué debida al favor, y sí merecido premio de hazañas portentosas por el número y la calidad, que conquistaron á Velasco el prestigio de los grandes héroes. Hizo sus primeras armas en la guerra contra la República francesa, distinguiéndose por su denuedo en la defensa de Irún. En la lucha contra Inglaterra, que siguió á poco tiempo, cúpole la gloria de ser comandante de la famosa batería de Santiago de Algeciras, donde después de seis horas de furioso cañoneo con el navío británico El Anibal, consiguió rendir y apresar este soberbio buque de 74 cañones el 6 de Julio de 18o1. A los comienzos de la guerra de la Independencia, siendo capitán del 2° Regimiento, asistió á la defensa de Valencia, atacada por el Mariscal Moncey el 28 de Junio de 18o8, y habiéndose encomendado á su honor el mando de la batería de Santa Catalina, principal objetivo de los sitiadores, rechazó valerosamente tres encarnizados asaltos, mereciendo por su pericia y arrojo que se le agraciase con el grado de coronel entre los vítores de aquella guarnición. Incorporado al cuerpo de ejército que la Junta Suprema de Valencia mandó en socorro de la metrópoli aragonesa, fué nombrado comandante de artillería de la división O`Neylle, concurriendo con ella á la batalla de Tudela el 23 de Noviembm de 18o8. Su comportamiento en esta desastrosa jornada fué distinguidísimo; sostuvo durante nueve horas el combate de las baterías, paralizando el ataque de frente de los franceses, y cuando envuelta la línea española fué forzosa la retirada, logró salvar nueve piezas, y todo el parque de reserva, mereciendo que el general O'Neylle le recomendase vivamente para la recompensa. (Alcaide, tomo II, página 306.)
El segundo sitio de Zaragoza, donde Palafox confió á Velasco el mando de toda la línea de baterías del burgo de Altabás, gallardamente embestidas por la división Gazán el 21 de Diciembre de 18o8, proporcionó á nuestro héroe y á los oficiales del Cuerpo que le secundaron, aparejada ocasión para lucir su incontrastable fortaleza. En los grupos y corrillos de las calles y en el seno de las familias discurría el entusiasmo, haciendo girar las conversaciones sobre la intrepidez de Velasco y la pericia de los artilleros, (Torno II, pág. 65). El doctísimo D. Ignacio de Asso, redactor de la Gaceta del Sitio, decía en su número del 24 de Diciembre: «Es excusado todo encarecimiento para representar el heroísmo, pericia y singular esfuerzo de los oficiales de artillería, los cuales, en defensa de las baterías, elevaron á muy altos quilates el gran renombre y clarísima fama de este nobilísimo Cuerpo. Y aunque todos los historiadores, sin excepción, entonen el himno de alabanza al que fué alma de tan hazañosa jornada, dejemos que la enérgica pluma del coronel D. Fernando García Marín, testigo de aquella lucha de gigantes, desarrolle ante nuestra vista el panorama del combate, para que podamos contemplar á nuestro héroe descollando sobre los que, héroes también, escribieron una página insigne en los fastos de la patria. (Memorias para la historia militar de EsPaña, pág. 86 y siguientes):
Mientras el Mariscal Moncey, desplegando sus inmensas masas, se aproximaba á la capital por su derecha..., atacó el Mariscal Mortier, y bajo sus órdenes el General de división Gazán en la tarde del 21 de diciembre por la parte del Arrabal con 13.000 hombres, la mayor parte granaderos, divididos en siete columnas. En los fastos militares se refieren pocos ataques más atrevidos, impetuosos y sangrientos; y jamás el espíritu enardecido de los combatientes se manifestó con rasgos más imponentes y heroicos. Los franceses, llenos de ardor, temerariamente audaces y exaltados hasta el extremo, á medida que hallaban mayor resistencia, se arrojaban á paso de carga y con invencible osadía sobre las baterías del Rastro y del Tejar, erizadas de cañones, llegando hasta el pie de ellas donde pagaban con la vida su bárbaro atrevimiento. Nuestra metralla hacía estragos espantosos en sus columnas, que al instante eran reemplazadas por otras que las seguían, para ser sucesivamente destrozadas. Al mismo tiempo la espada de la caballería y el fuego bien dirigido de nuestra infantería, acabaron de derrotar al enemigo, que tuvo que huir vergonzosamente en pleno desorden, arrojando las armas y dejando en el campo de batalla más de 4.000 cadáveres.
«Todos los Generales, oficiales y cuerpos que tuvieron parte en tan gloriosa jornada, se portaron con intrepidez y serenidad digna de los más altos encomios, pero, quien justamente llamó la atención del General en Jefe y del Ejército por su pericia y extraordinario valor, en aquella tarde memorable, fué el coronel D. Manuel de Velasco, comandante de las baterías, al cual podemos decir en obsequio de la verdad, se debió en gran parte la completa victoria que conseguimos sobre el enemigo. Este jefe singular llevó su bizarría, serenidad é inimitable presencia de ánimo, hasta el peligroso extremo de ponerse de pie varias veces á cuerpo descubierto sobre la cresta del parapeto, con el fin de observar los movimientos y dirección del enemigo, y correr de una á otra batería, para contenerle y rechazarle, despreciando el vivo fuego que se le dirigía con inminente riesgo de ser sacrificado. Colocado al lado del obús ó del cañón, no permitía que disparando sin objeto cierto y próximo se desperdiciase un solo tiro. Los artilleros con el botafuego en la mano, fija la vista en su comandante en actitud de esperar sus órdenes, se impacientaban de la flema que al parecer mostraba, pero que sabiamente regulaba con el tiempo que los precipitados franceses debían tardar en ponerse al alcance de la metralla que, sin perder un grano, vomitaban sobre ellos las fulminantes máquinas, destrozando columnas enteras y cubriendo el campo de cadáveres y miembros mutilados.»
«Nada resistió al acertado manejo de estos tremendos instrumentos de la devastación y la muerte, dirigidos por aquel diestro jefe, que adquirió en una tarde muchos siglos de gloria. El general en jefe, justo apreciador del mérito distinguido, le promovió sobre el campo de batalla á brigadier de los Reales ejércitos, con universal aceptación y complacencia de cuantos habían admirado los brillantes hechos y señalados servicios que acababa de contraer, y debían ser tan útiles y de tan trascendentales consecuencias para los ulteriores progresos de »nuestras armas y de la defensa de Zaragoza en que ya nos veíamos empeñados.»
ADELANTADO el sitio, adoleció Velasco de la enfermedad infecciosa que convirtió la ciudad heroica en un vasto cementerio; pero su robusta naturaleza consigue triunfar del mal, y convaleciente apenas en los momentos de la capitulación, pudo sustraerse con la fuga á la infeliz suerte de prisionero, llegando trabajosamente á Valencia. Destinado al ejército de Cataluña, se le confirió el Gobierno militar de Tortosa en 1° de mayo de 1810; proveyó sus baterías y almacenes, y con una impetuosa salida destruyó los primeros trabajos de los franceses contra aquella plaza el 4 de julio de dicho año. El 16 de julio fué relevado por el Conde de Alacha, é incorporado al ejército de operaciones, obtuvo mando de brigada á las órdenes del Marqués de Campo Verde, asistiendo con su habitual bizarría á las acciones de La-Bisbal, Cerdaña y Cardona, que le valieron la cruz de San Fernando, patente de heroísmo, tan raramente concedida entonces que sólo la obtuvieron ocho oficiales de Artillería en toda la guerra de la Independencia. En 1° de noviembre fué nombrado gobernador de la Seo de Urgel, donde rechazó valientemente un sitio brusco del enemigo, obligándole á retirarse con afrenta. En 1811 relevó al brigadier Sarsfield en el mando de las tropas, que bajo la mano de su nuevo jefe, defendieron con tanta bizarría el arrabal de Tarragona, saliendo de esta ciudad antes de la capitulación para desempeñar el cargo de segundo gobernador de Valencia que se le había conferido. Prisionero por la capitulación de Valencia, que siguió al desastre de Murviedro, fijé llevado á Francia, de donde logró evadirse el 20 de enero de 1814, para concurrir inmediatamente á la invasión del territorio enemigo, mandando una brigada del ejército de la Izquierda.
Leal á Fernando VII, que galardonó sus relevantes servicios con la faja de mariscal de campo, se abstuvo á pesar de sus opiniones liberales, de tomar parte en ninguno de los movimientos intentados para restablecer la Constitución de Cádiz, yen 182o combatió el pronunciamiento de Riego, como jefe de la artillería del ejército, que al mando del general Freire encerró y puso sitio á los sublevados en la ciudad de San Fernando. Pero desde el momento en que la revolución se extendió por toda la Península, y el Soberano dijo su célebre frase marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional, ya no tuvo Velasco que ocultar su simpatía á la política dominante; y unido en amistad estrecha á Riego, Quiroga, Arco-Agüero y López Baños, caudillos é iniciadores del popular movimiento, desempeñó sucesivamente los cargos de gobernador de Madrid, comandante general de Extremadura y capitán general de Andalucía.
Pero no tenía nuestro héroe las mismas aptitudes para gobernar provincias revueltas que para brillar en las sublimidades de la batalla, y tan comprometidos destinos labraron su perdición. Que en aquel período de locura á que puso fin trágico la intervención francesa de 1823; en aquel delirio de los clubs anárquicos, de los banquetes patrióticos, del Trágala y del Himno de Riego; en aquella explosión de la licencia en que, como dijo D. Antonio Alcalá Galiano (capítulo XVII de sus Memorias): el que mandaba lo hacía solo en el nombre, teniendo que prestarse á obrar según quería la peor parte de los que igualmente en el nombre obedecían, entre los cuales también era superior la influencia de las personas menos dignas de aprecio, Velasco, militar valiente y entendido, honrado, serio y duro, pero del todo inexperto en política é impotente para dominar los desórdenes populares, fué juguete de la parcialidad exaltada en que se afilió, y si no cantaba el Trágala, como Riego en Aragón, protegía á los tragalistas, (Marqués de Miraflores, Apuntes histórico-críticos) alcanzando por ello opinión de patriota furibundo. Adversario de la intervención extranjera, intentó levantar el reino de Extremadura contra los franceses; pero las defecciones del Conde de La-Bisbal, Morillo, Manso y tantos otros que unieron las armas constitucionales á las del Duque de Angulema, imposibilitando toda resistencia, cortaron el vuelo á sus propósitos, y sólo, disfrazado y perseguido, corrió á Cádiz ansioso de morir defendiendo aquel último baluarte de la libertad española.
Mas ya no era Cádiz la ciudad invicta de 1812; cayó el último baluarte, y la reacción vencedora, obedeciendo á una ley tan ineludible y cierta en el orden moral, como en el físico, fué tan tremenda y desbordada como violenta y desatinada había sido la revolución. Disuelto el ejército, indefinida la oficialidad, imperante la barbarie, ajusticiado Riego, arrastrando cadenas ó proscriptos y condenados á muerte cuantos se habían señalado por sus opiniones constitucionales en el Gobierno, en el Parlamento, en la prensa ó en la milicia, desaparece Velasco sin que nadie volviese á saber de su persona. Presumíase que habiendo conseguido emigrar del patrio suelo fallecería obscurecido é ignorado en tierra extraña pero una rarísima, historia de Fernando VII (1) descorre el velo de sus misteriosas postrimerías en este sentido párrafo:
«Entregados los indefinidos á la rabia de sus perseguidores, no tardaron en ser impurificados y mendigar por las calles un sustento que habían ganado en cien combates peleando contra las águilas del imperio. Muchos perecieron devorados por el hambre, como aconteció en Cádiz al General de artillería D. Manuel de Velasco, que después de haber brillado como ninguno en la heroica y desesperada defensa de Zaragoza vino á morir en una buhardilla entre las garras de la miseria y á recibir la sepultura con nombre supuesto y en clase de mendigo, para librar del furor de la policía al vecino que le había tenido oculto»
Así sucumbió D. Manuel de Velasco á la lozana edad de 48 años. Si sus altos hechos le conquistaron el lauro de los héroes, ¿podríamos regatear á su triste morir la palma de los mártires? ¿Quién figuraría con mejor derecho en el insigne martirologio de los artilleros españoles?
(1) Titulase la obra Historia de Fernando VII, Rey de España; es de autor anónimo consta de tres tomos en cuarto, y fué estampada en Madrid, imprenta de Repulles, año 1842. El párrafo transcrito está inserto en el tomo III, libro XII, pág. 329.
El ejemplar que yo he visto pertenece a selecta biblioteca del Casino de Zaragoza.