D. JUAN CONSUL +
DON Juan Nepomuceno Cónsul y Gonzalez del Villar nació en Oviedo el año 1779. Su padre, D. Juan Nepomuceno Cónsul y Requejo, juez primero noble y regidor perpetuo de la capital del Principado, sacio de mérito de la Económica de Asturias, mayorazgo y señor de la casa solariega del Villar en el Concejo de Siero, fué aquel benemérito patricio, tan amado de Jovellanos, á quien la cultura asturiana debe el establecimiento de la escuela de dibujo en Oviedo de que fué promotor y primer director. Su madre Dª Rita González del Villar y Fuertes Pola, natural de Luanco, pertenecía por ambos apellidos á los linajes de más calificada nobleza en el Concejo de Gozón. Así resulta de la información de hidalguía recibida, según pauta y borrador que dio al efecto el regidor perpetuo y alférez mayor de Gijón D. Francisco de Paula Jovellanos, para solicitar el ingreso del joven D. Juan, en la Real Academia de Segovia.
Educado por padre tan celoso, llevaba D. Juan, á la vez que los más arraigados y severos principios de honor y religiosidad, una preparación científico-literaria completa y nada común, al ingresar como Caballero Cadete de Artillería en el Alcázar segoviano, en virtud de Real orden de 13 de enero de 1792. Allí bajo la disciplina de sabios y renombrados oficiales, siguió y terminó la carrera con el aprovechamiento consiguiente á sus talentos y aplicación, obteniendo el octavo puesto en la numerosa lista de promovidos á subtenientes del Cuerpo el 11 de agosto de 1796.
La hoja de servicios de Cónsul, que calla sus postreras vicisitudes y lamentable fin, ofrece clara noticia de sus méritos hasta los comienzos del año 18o8. Cinco de los seis años que fué subteniente los sirvió en la marina, embarcado en la escuadra de S. M., al mando sucesivamente de D. José de Mazarredo, D. Federico Gravina y D. Antonio de Córdoba, asistiendo con lucimiento de su persona, á la defensa de Cádiz contra los ingleses, tan sabia y valerosamente dirigida por D. Tomás de Morla, ascendido á teniente en 12 de julio de 18o2, con destino á las compañías de artilleros á caballo del 3.er regimiento, apenas pudo tomar posesión de aquel empleo, ya que en 7 de agosto del mismo año, fué promovido á capitán segundo del 1.°
Por real despacho de 9 de diciembre de 1803 se le nombró ayudante mayor de aquella sección, sin que conste la fecha del cese en dicho cargo electivo, que dejó para volver al Alcázar de Segovia á servir el más honorífico y preferente de ayudante segundo en la compañía de Caballeros Cadetes, comisión que todavía desempeñaba en 18o6 al ascender á capitán 1.° con destino al primer regimiento residente en Barcelona.
Después de larga licencia pasada en Asturias con motivo del fallecimiento de su padre, acababa de llegar á la corte con intento de proseguir su marcha cuando ocurrió la patriótica explosión del Dos de Mayo; é impulsado por su propio espíritu y por la fraternal amistad que le unía á D. Luis Daoiz, fué de los primeros oficiales que se presentaron en el Parque de Monteleón, baluarte de la independencia española donde se inauguró la lucha desigual, terminada seis años después con el vencimiento del gran capitán moderno. En aquel solar insigne, al lado de Daoiz y de Velarde, de Ruiz, Carpegna y Arango, al frente de los denodados madrileños y de aquel pelotón de artilleros que tan heroicamente llegó á la meta del sacrificio, Cónsul intrépido contribuye con la eficacia de su palabra y ejemplo á mantener el sangriento y trascendental combate, cuya importancia crece y se agiganta al transcurso del tiempo. Salvado milagrosamente de la muerte á que se ofreció voluntaria víctima, recibe en sus brazos á Daoiz agonizante, é increpa con altivo ademán y severa frase á los matadores del héroe sublime.
La intervención del ministro O'Farrilcerca de Murat, impidió que fuesen víctimas de la venganza francesa los oficiales de artillería que sobrevivieron á la gloriosa catástrofe del parque; y Cónsul pudo continuar su marcha camino de Barcelona, después de dirigir á su familia, á manera de fe de vida, aquella interesantísima carta, perdida por desgracia, en que se daban minuciosos detalles de la jornada de Madrid, y fué el documento que más vivamente impresionó al pueblo ovetense para su glorioso levantamiento contra la dominación extranjera.
EL 24 de mayo de 18o8 alzábase Zaragoza contra la intrusión napoleónica, respondiendo al heroico grito de Madrid, y el pueblo en masa aclamaba por su caudillo al brigadier D. José de Palafox y Melci, recluyendo en el alcázar de la Aljafería al anciano Capitán general D. Jorge Juan Guillelmi. Las Cortes de Aragón convocadas por Palafox en la forma acostumbrada antes de la anulación del régimen foral, confirmaban pocos días después la elección popular, confiriendo al elegido de sus conciudadanos los altos empleos de Capitán General del antiguo reino y Presidente de su Real Audiencia.
A los últimos días de mayo y en pleno período álgido de la patriótica exaltación, llegaba Cónsul á Zaragoza y se presentaba á Palafox, que sabedor de los méritos del viajero por informes del capitán D. Ignacio López, no vaciló en detenerle y conservarle á sus órdenes para que, en la especialidad artillera, prestase el concurso de su saber y notorio valor á la empresa de resistir al enemigo común á que los zaragozanos se aprestaban con poderosos alientos. Siendo Cónsul el más caracterizado de los cuatro únicos oficiales de artillería presentes á la sazón en la plaza, fué nombrado comandante del arma y vocal de la Junta Militar de defensa que presidía Palafox en persona, cuyos cargos desempeñó con extraordinario celo hasta fines de junio, en que habiéndose presentado el capitán D. Salvador de Ozta, se encargó de la comandancia que le correspondía por ser más antiguo.
Nuestro D. Juan no concurrió á la batalla del 15 de junio porque (según escribe el Conde de Toreno) estaba á la sazón en Huesca recogiendo recursos y organizando fuerzas por orden de Palafox. Pero cuatro días adelante ya aparece en Zaragoza, asistiendo á las reuniones de la Junta militar de defensa (al decir del historiador Alcaide, que comete el yerro de suponerle comandante de Ingenieros) y desde la fecha de su regreso, hasta que en las postrimerías del segundo Sitio le abatió la enfermedad de que fué víctima, no abandonó, ni por un instante, el cumplimiento de sus ímprobos deberes.
Al encargarse de la comandancia del arma, recién llegado á Zaragoza, procedió con febril actividad á establecer los talleres y servicios del Parque, á la vez que reclutaba, organizaba é instruía aquel heroico batallón de artilleros que tan generosamente se sacrificó en la defensa de las baterías. Sirvió de núcleo á esta sección ejemplar el grupo de 25o individuos del primer regimiento, que procedentes de Barcelona llegaron el 14 de junio á tiempo de concurrir á la batalla de las Eras; alcanzó su efectivo la considerable cifra de 700 plazas, amén de una batería de á caballo incorporada á la Maestranza, y fueron tan enormes sus pérdidas que el 20 de febrero de 18o9 sólo tenía 133 individuos en las compañías de plaza y 32 en la volante; el resto había perecido al pie del cañón ó víctima de los estragos de la peste.
No menos meritoria y eficaz para la gloriosa resistencia fué la improvisación de los talleres de maestranza, imprescindibles en una plaza sitiada, cuyo establecimiento se debió al espíritu organizador de cónsul. Era diaria y apremiante la necesidad de habilitar el armamento, la de proveer al extraordinario consumo de balas de fusil y de cañón, la sustitución de los granos de cobre en las piezas desfogonadas por continuo tronar, la talla de piedras de chispa y la construcción, compostura y preparación de cureñas, explanadas, juegos de armas, cartuchería, cuerda-mecha, estopines, espoletas y pertrechos de todas clases. Cónsul á todo atendía, venciendo con su ingenio, actividad y carácter cuantas dificultades se presentaban. El vasto mesón del Portillo convertíase al mandato de su voluntad en armería, donde al cargo del maestro mayor del Parque D. Manuel del Bosque, trabajaban 355 operarios. El suntuoso palacio de la Universidad literaria, que fundó el Obispo Cerbuna para templo de Minerva, trocábase en bullicioso taller de Marte. El comisario D. Vicente Eveleta, alumno del ilustre Pe-de-Arrós en la gran manufactura sevillana, fundía los proyectiles de hierro; el maestro de coches D. Mariano Nadal, abandonaba su pacífico taller para desempeñar funciones de maestro mayor de montajes; poníase al frente del obrador de atalajes el maestro guarnicionero D. Manuel Gil; ejercitábanse los religiosos en cargar cartuchos; nutridos pelotones de mujeres cosían saquetes para las cargas y sacos terreros para los espaldones; organizábase la compañía de maestranza con los herreros y calafates de la Acequia Imperial, y proveíase á la talla de piedras de chispa, instalando un obrador á cargo del pedrero Antonio Celestino en que se cortaba el excelente pedernal rojo, traído de las canteras de Jaulín, y el negro fino de los montes de La Muela. Tal era la vida, tal la animación del Parque. Los zaragozanos, tan pródigos de sus recursos como de su sangre, acudían al improvisado arsenal con el plomo de las canales de sus casas y el estaño de sus vajillas, para tener en continuo ejercicio las calderas y turquesas: las rejas de balcones y ventanas, cortadas en pequeños fragmentos, los cascos de las granadas enemigas desmenuzados á golpe de mandarria, los clavos y desperdicios de hierro viejo que hasta los mendigos traían continuamente, proporcionaban la metralla que, encerrada en canastillos de mimbre, en saquetes de arpillera ó cargada á granel, llevaba el espanto y la muerte al sitiador, conteniendo sus furiosas acometidas. Las balas francesas eran devueltas al campo enemigo por el cañón español, y jamás faltaron á la defensa municiones para sus fusiles ni cargas y montajes para sus bocas de fuego.
Por transcendentales motivos tan notorios como los triunfos de Bailén y Valencia y la aproximación de las divisiones que al mando de O' Neylle y Saint-Marcq enviaban los valencianos en socorro de Zaragoza, tuvo Lefebvre que levantar el primer Sitio en la madruga da del 14 de agosto, después de diez días de tan rudo cuanto estéril combate en el corazón de la altiva ciudad que no pudo señorear. En esa última fase del asedio, en que, resultó gravemente herido el comandante del arma D. Salvador de Ozta, desempeñó D. Juan Cónsul el mando accidental, alternando con su amigo y compañero D. Ignacio López Pascual en la dirección de las baterías. Emplazadas las piezas en la boca-calle del Hospital de convalecientes, en los conventos de San Ildefonso y Santa Fe, en los torreones que todavía flanqueaban el Arco de Cineja, derruidos más tarde, y en las cortaduras abiertas á la inmediación de la plaza de San Francisco en ambos ramales del Coso, vomitaban el hierro y el fuego contra las posiciones del Hospital general y conventos de Franciscanos y Carmelitas de que el enemigo solo pudo salir en vergonzosa retirada. La victoria de Zaragoza asombró al mundo, y Palafox, justo admirador de los servicios de Cónsul, supo premiarle dignamente confiriéndole empleo personal de coronel de ejército sobre el de teniente coronel con que anteriormente le había agraciado; pero apresurémonos á decir que en este ejemplar, como en otros muchos, el calumniado dualismo solo sirvió para adornar la mortaja de un héroe.
DON Juan Nepomuceno Cónsul y Gonzalez del Villar nació en Oviedo el año 1779. Su padre, D. Juan Nepomuceno Cónsul y Requejo, juez primero noble y regidor perpetuo de la capital del Principado, sacio de mérito de la Económica de Asturias, mayorazgo y señor de la casa solariega del Villar en el Concejo de Siero, fué aquel benemérito patricio, tan amado de Jovellanos, á quien la cultura asturiana debe el establecimiento de la escuela de dibujo en Oviedo de que fué promotor y primer director. Su madre Dª Rita González del Villar y Fuertes Pola, natural de Luanco, pertenecía por ambos apellidos á los linajes de más calificada nobleza en el Concejo de Gozón. Así resulta de la información de hidalguía recibida, según pauta y borrador que dio al efecto el regidor perpetuo y alférez mayor de Gijón D. Francisco de Paula Jovellanos, para solicitar el ingreso del joven D. Juan, en la Real Academia de Segovia.
Educado por padre tan celoso, llevaba D. Juan, á la vez que los más arraigados y severos principios de honor y religiosidad, una preparación científico-literaria completa y nada común, al ingresar como Caballero Cadete de Artillería en el Alcázar segoviano, en virtud de Real orden de 13 de enero de 1792. Allí bajo la disciplina de sabios y renombrados oficiales, siguió y terminó la carrera con el aprovechamiento consiguiente á sus talentos y aplicación, obteniendo el octavo puesto en la numerosa lista de promovidos á subtenientes del Cuerpo el 11 de agosto de 1796.
La hoja de servicios de Cónsul, que calla sus postreras vicisitudes y lamentable fin, ofrece clara noticia de sus méritos hasta los comienzos del año 18o8. Cinco de los seis años que fué subteniente los sirvió en la marina, embarcado en la escuadra de S. M., al mando sucesivamente de D. José de Mazarredo, D. Federico Gravina y D. Antonio de Córdoba, asistiendo con lucimiento de su persona, á la defensa de Cádiz contra los ingleses, tan sabia y valerosamente dirigida por D. Tomás de Morla, ascendido á teniente en 12 de julio de 18o2, con destino á las compañías de artilleros á caballo del 3.er regimiento, apenas pudo tomar posesión de aquel empleo, ya que en 7 de agosto del mismo año, fué promovido á capitán segundo del 1.°
Por real despacho de 9 de diciembre de 1803 se le nombró ayudante mayor de aquella sección, sin que conste la fecha del cese en dicho cargo electivo, que dejó para volver al Alcázar de Segovia á servir el más honorífico y preferente de ayudante segundo en la compañía de Caballeros Cadetes, comisión que todavía desempeñaba en 18o6 al ascender á capitán 1.° con destino al primer regimiento residente en Barcelona.
Después de larga licencia pasada en Asturias con motivo del fallecimiento de su padre, acababa de llegar á la corte con intento de proseguir su marcha cuando ocurrió la patriótica explosión del Dos de Mayo; é impulsado por su propio espíritu y por la fraternal amistad que le unía á D. Luis Daoiz, fué de los primeros oficiales que se presentaron en el Parque de Monteleón, baluarte de la independencia española donde se inauguró la lucha desigual, terminada seis años después con el vencimiento del gran capitán moderno. En aquel solar insigne, al lado de Daoiz y de Velarde, de Ruiz, Carpegna y Arango, al frente de los denodados madrileños y de aquel pelotón de artilleros que tan heroicamente llegó á la meta del sacrificio, Cónsul intrépido contribuye con la eficacia de su palabra y ejemplo á mantener el sangriento y trascendental combate, cuya importancia crece y se agiganta al transcurso del tiempo. Salvado milagrosamente de la muerte á que se ofreció voluntaria víctima, recibe en sus brazos á Daoiz agonizante, é increpa con altivo ademán y severa frase á los matadores del héroe sublime.
La intervención del ministro O'Farrilcerca de Murat, impidió que fuesen víctimas de la venganza francesa los oficiales de artillería que sobrevivieron á la gloriosa catástrofe del parque; y Cónsul pudo continuar su marcha camino de Barcelona, después de dirigir á su familia, á manera de fe de vida, aquella interesantísima carta, perdida por desgracia, en que se daban minuciosos detalles de la jornada de Madrid, y fué el documento que más vivamente impresionó al pueblo ovetense para su glorioso levantamiento contra la dominación extranjera.
EL 24 de mayo de 18o8 alzábase Zaragoza contra la intrusión napoleónica, respondiendo al heroico grito de Madrid, y el pueblo en masa aclamaba por su caudillo al brigadier D. José de Palafox y Melci, recluyendo en el alcázar de la Aljafería al anciano Capitán general D. Jorge Juan Guillelmi. Las Cortes de Aragón convocadas por Palafox en la forma acostumbrada antes de la anulación del régimen foral, confirmaban pocos días después la elección popular, confiriendo al elegido de sus conciudadanos los altos empleos de Capitán General del antiguo reino y Presidente de su Real Audiencia.
A los últimos días de mayo y en pleno período álgido de la patriótica exaltación, llegaba Cónsul á Zaragoza y se presentaba á Palafox, que sabedor de los méritos del viajero por informes del capitán D. Ignacio López, no vaciló en detenerle y conservarle á sus órdenes para que, en la especialidad artillera, prestase el concurso de su saber y notorio valor á la empresa de resistir al enemigo común á que los zaragozanos se aprestaban con poderosos alientos. Siendo Cónsul el más caracterizado de los cuatro únicos oficiales de artillería presentes á la sazón en la plaza, fué nombrado comandante del arma y vocal de la Junta Militar de defensa que presidía Palafox en persona, cuyos cargos desempeñó con extraordinario celo hasta fines de junio, en que habiéndose presentado el capitán D. Salvador de Ozta, se encargó de la comandancia que le correspondía por ser más antiguo.
Nuestro D. Juan no concurrió á la batalla del 15 de junio porque (según escribe el Conde de Toreno) estaba á la sazón en Huesca recogiendo recursos y organizando fuerzas por orden de Palafox. Pero cuatro días adelante ya aparece en Zaragoza, asistiendo á las reuniones de la Junta militar de defensa (al decir del historiador Alcaide, que comete el yerro de suponerle comandante de Ingenieros) y desde la fecha de su regreso, hasta que en las postrimerías del segundo Sitio le abatió la enfermedad de que fué víctima, no abandonó, ni por un instante, el cumplimiento de sus ímprobos deberes.
Al encargarse de la comandancia del arma, recién llegado á Zaragoza, procedió con febril actividad á establecer los talleres y servicios del Parque, á la vez que reclutaba, organizaba é instruía aquel heroico batallón de artilleros que tan generosamente se sacrificó en la defensa de las baterías. Sirvió de núcleo á esta sección ejemplar el grupo de 25o individuos del primer regimiento, que procedentes de Barcelona llegaron el 14 de junio á tiempo de concurrir á la batalla de las Eras; alcanzó su efectivo la considerable cifra de 700 plazas, amén de una batería de á caballo incorporada á la Maestranza, y fueron tan enormes sus pérdidas que el 20 de febrero de 18o9 sólo tenía 133 individuos en las compañías de plaza y 32 en la volante; el resto había perecido al pie del cañón ó víctima de los estragos de la peste.
No menos meritoria y eficaz para la gloriosa resistencia fué la improvisación de los talleres de maestranza, imprescindibles en una plaza sitiada, cuyo establecimiento se debió al espíritu organizador de cónsul. Era diaria y apremiante la necesidad de habilitar el armamento, la de proveer al extraordinario consumo de balas de fusil y de cañón, la sustitución de los granos de cobre en las piezas desfogonadas por continuo tronar, la talla de piedras de chispa y la construcción, compostura y preparación de cureñas, explanadas, juegos de armas, cartuchería, cuerda-mecha, estopines, espoletas y pertrechos de todas clases. Cónsul á todo atendía, venciendo con su ingenio, actividad y carácter cuantas dificultades se presentaban. El vasto mesón del Portillo convertíase al mandato de su voluntad en armería, donde al cargo del maestro mayor del Parque D. Manuel del Bosque, trabajaban 355 operarios. El suntuoso palacio de la Universidad literaria, que fundó el Obispo Cerbuna para templo de Minerva, trocábase en bullicioso taller de Marte. El comisario D. Vicente Eveleta, alumno del ilustre Pe-de-Arrós en la gran manufactura sevillana, fundía los proyectiles de hierro; el maestro de coches D. Mariano Nadal, abandonaba su pacífico taller para desempeñar funciones de maestro mayor de montajes; poníase al frente del obrador de atalajes el maestro guarnicionero D. Manuel Gil; ejercitábanse los religiosos en cargar cartuchos; nutridos pelotones de mujeres cosían saquetes para las cargas y sacos terreros para los espaldones; organizábase la compañía de maestranza con los herreros y calafates de la Acequia Imperial, y proveíase á la talla de piedras de chispa, instalando un obrador á cargo del pedrero Antonio Celestino en que se cortaba el excelente pedernal rojo, traído de las canteras de Jaulín, y el negro fino de los montes de La Muela. Tal era la vida, tal la animación del Parque. Los zaragozanos, tan pródigos de sus recursos como de su sangre, acudían al improvisado arsenal con el plomo de las canales de sus casas y el estaño de sus vajillas, para tener en continuo ejercicio las calderas y turquesas: las rejas de balcones y ventanas, cortadas en pequeños fragmentos, los cascos de las granadas enemigas desmenuzados á golpe de mandarria, los clavos y desperdicios de hierro viejo que hasta los mendigos traían continuamente, proporcionaban la metralla que, encerrada en canastillos de mimbre, en saquetes de arpillera ó cargada á granel, llevaba el espanto y la muerte al sitiador, conteniendo sus furiosas acometidas. Las balas francesas eran devueltas al campo enemigo por el cañón español, y jamás faltaron á la defensa municiones para sus fusiles ni cargas y montajes para sus bocas de fuego.
Por transcendentales motivos tan notorios como los triunfos de Bailén y Valencia y la aproximación de las divisiones que al mando de O' Neylle y Saint-Marcq enviaban los valencianos en socorro de Zaragoza, tuvo Lefebvre que levantar el primer Sitio en la madruga da del 14 de agosto, después de diez días de tan rudo cuanto estéril combate en el corazón de la altiva ciudad que no pudo señorear. En esa última fase del asedio, en que, resultó gravemente herido el comandante del arma D. Salvador de Ozta, desempeñó D. Juan Cónsul el mando accidental, alternando con su amigo y compañero D. Ignacio López Pascual en la dirección de las baterías. Emplazadas las piezas en la boca-calle del Hospital de convalecientes, en los conventos de San Ildefonso y Santa Fe, en los torreones que todavía flanqueaban el Arco de Cineja, derruidos más tarde, y en las cortaduras abiertas á la inmediación de la plaza de San Francisco en ambos ramales del Coso, vomitaban el hierro y el fuego contra las posiciones del Hospital general y conventos de Franciscanos y Carmelitas de que el enemigo solo pudo salir en vergonzosa retirada. La victoria de Zaragoza asombró al mundo, y Palafox, justo admirador de los servicios de Cónsul, supo premiarle dignamente confiriéndole empleo personal de coronel de ejército sobre el de teniente coronel con que anteriormente le había agraciado; pero apresurémonos á decir que en este ejemplar, como en otros muchos, el calumniado dualismo solo sirvió para adornar la mortaja de un héroe.
PREVIENDO que los franceses, irritados por la derrota, habían de volver de nuevo y con mayores fuerzas sobre Zaragoza, decretó Palafox la creación de una Maestranza de artillería completa y bien provista, que reuniese en un solo local todos los elementos y talleres dispersos improvisados por Cónsul para las atenciones de la primera defensa, eligiendo para su instalación el histórico edificio de los Torrellas, donde estuvo en capilla y salió para el cadalso el desventurado Juan de Lanuza. Alzase este palacio en la calle de Santiago y prolongase por la espalda hasta la plaza del Pilar á cuya parroquia corresponde. En septiembre de 18o8 instalaba Cónsul la maestranza en su nuevo domicilio, que dando perfectamente organizados los talleres de todos los oficios en que de día y de noche, se recomponía el armamento, y se aderezaba el material deteriorado en la primera defensa, y se construían los pertrechos necesarios para contrarrestar los horrores del nuevo sitio con que la ira de Napoleón amenazaba.
Bien pronto quedó justificada la previsión de Palafox. Por consecuencia de la rota de Tudela (23 de noviembre) replegáronse sobre Zaragoza los restos del ejército vencido al mando de los generales O'Neylle y Saint-Marcq: la guarnición de la plaza resultaba numerosa Y hasta excesiva, pero también lo eran las fuerzas y los medios con que, el 20 de Diciembre, quedó embestida por el ejército enemigo gobernado por el Mariscal Moncey á quien, tiempo andando, reemplazaron sucesivamente Junot y Lannes.
No es ahora nuestro objeto describir, ni siquiera en breve síntesis, las Peripecias de esa encarnizada lucha de dos meses, de que informa el diario del segundo sitio. Contrayéndonos á las vicisitudes de don Juan Nepomuceno Cónsul, basta á este propósito advertir, que el nuevo comandante general de artillería de la plaza, D. Luis Gonzaga de Villaba y Aybar, le relevó de la dirección de la Maestranza, en cuyo cargo puso al benemérito D. Salvador de Ozta, apenas convaleciente de sus heridas, cometiéndole el más activo y peligroso de comandante en jefe de todas las baterías del recinto que servía su valeroso batallón, quedándole subordinados los oficiales que las mandaban respectivamente.
La presencia de Cónsul, jefe dignísimo de tales subalternos, era segura en los parajes donde había que afrontar mayores riesgos: pero tantas fatigas y el desgaste físico originado por aquella lucha sin tregua y por una alimentación insana y deficiente, quebrantaron su salud en términos de que el General Palafox se creyese obligado á proporcionarle relativo descanso, á cuyo fin dispuso que se encargase nuevamente de la dirección de la Maestranza, hacia el último tercio del mes de enero, siendo sustituido por Ozta en el mando general de las baterías.
¡Era tarde! la peste asoladora agotaba las fuerzas del bizarro coronel que, al borde del sepulcro, consagraba todavía sus facultades intelectuales al vasto establecimiento que había creado é iba á servirle de cámara mortuoria.
La resistencia zaragozana tocaba su término fatal. El enemigo apoderado del burgo de Altabás, en la izquierda del Ebro, bombardeaba los barrios del Pilar y La Seo, indemnes hasta entonces á los estragos del mortero; el histórico palacio de la Maestranza era blanco predilecto de los bombardeos franceses, y la amistad que velaba á Cónsul en sus postrimerías, quiso sustraerle al peligro de las explosiones, conduciéndole á los sótanos del edificio donde, después de recibir los auxilios espirituales con la devoción y entereza propias de su piedad y temple de alma, devolvió ésta al Señor el mismo día 20 de febrero de 1809) en que Zaragoza, exánime, suscribía la capitulación dictada por Lannes. Diríase que, como los antiguos saguntinos, prefirió sepultarse entre las ruinas de la ciudad Siempre Heroica, antes que someterse á las desventuras del vencimiento.
Allí, en la veneranda basílica de Nuestra Señora del Pilar, que guarda las cenizas del valeroso O' Neylle, del gran ingeniero Sangenís y de tantos otros héroes olvidados, duerme el sueño eterno D. Juan Nepomuceno Cónsul. Pero si su sepultura quedó ignorada al correr del tiempo, justo será que no dejemos perder la memoria de sus tuerecimientos tan dignos de la póstuma alabanza.