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martes, 26 de febrero de 2008

D. MANUEL DE VELASCO Y COELLO

D. MANUEL DE VELASCO Y COELLO
NACIÓ en Villa del Prado á 7 de Marzo de 1776. Era Regidor de Madrid y persona de posición en la Corte, tanto por la notoriedad de sus méritos, como por el rango de su aristocrática familia.
De su hoja de servicios, resulta que ingresó como caballero cadete en el Colegio de Segovia el 28 de Diciembre de 1787, alcanzando la charretera de subteniente á 12 de Enero de 1793 una vez terminados los estudios profesionales. Ascendió á capitán primero en 16 de Septiembre de 1804, y á teniente coronel en 26 de Agosto de 181o. En 14 de Octubre de 1814, se le revalidó el entorchado de brigadier, que le con-cediera Palafox sobre el campo de batalla del Arrabal de Zaragoza, y en 30 de Mayo de 1815 fué ascendido á mariscal de campo. Restablecido el sistema constitucional, y nombrado Velasco gobernador militar de Madrid en Junio de 182o, fué baja en el Cuerpo de Artillería, en cuya escala acababa de obtener el empleo de coronel por antigüedad.
Tan rápida y brillante carrera no fué debida al favor, y sí merecido premio de hazañas portentosas por el número y la calidad, que conquistaron á Velasco el prestigio de los grandes héroes. Hizo sus primeras armas en la guerra contra la República francesa, distinguiéndose por su denuedo en la defensa de Irún. En la lucha contra Inglaterra, que siguió á poco tiempo, cúpole la gloria de ser comandante de la famosa batería de Santiago de Algeciras, donde después de seis horas de furioso cañoneo con el navío británico El Anibal, consiguió rendir y apresar este soberbio buque de 74 cañones el 6 de Julio de 18o1. A los comienzos de la guerra de la Independencia, siendo capitán del 2° Regimiento, asistió á la defensa de Valencia, atacada por el Mariscal Moncey el 28 de Junio de 18o8, y habiéndose encomendado á su honor el mando de la batería de Santa Catalina, principal objetivo de los sitiadores, rechazó valerosamente tres encarnizados asaltos, mereciendo por su pericia y arrojo que se le agraciase con el grado de coronel entre los vítores de aquella guarnición. Incorporado al cuerpo de ejército que la Junta Suprema de Valencia mandó en socorro de la metrópoli aragonesa, fué nombrado comandante de artillería de la división O`Neylle, concurriendo con ella á la batalla de Tudela el 23 de Noviembm de 18o8. Su comportamiento en esta desastrosa jornada fué distinguidísimo; sostuvo durante nueve horas el combate de las baterías, paralizando el ataque de frente de los franceses, y cuando envuelta la línea española fué forzosa la retirada, logró salvar nueve piezas, y todo el parque de reserva, mereciendo que el general O'Neylle le recomendase vivamente para la recompensa. (Alcaide, tomo II, página 306.)
El segundo sitio de Zaragoza, donde Palafox confió á Velasco el mando de toda la línea de baterías del burgo de Altabás, gallardamente embestidas por la división Gazán el 21 de Diciembre de 18o8, proporcionó á nuestro héroe y á los oficiales del Cuerpo que le secundaron, aparejada ocasión para lucir su incontrastable fortaleza. En los grupos y corrillos de las calles y en el seno de las familias discurría el entusiasmo, haciendo girar las conversaciones sobre la intrepidez de Velasco y la pericia de los artilleros, (Torno II, pág. 65). El doctísimo D. Ignacio de Asso, redactor de la Gaceta del Sitio, decía en su número del 24 de Diciembre: «Es excusado todo encarecimiento para representar el heroísmo, pericia y singular esfuerzo de los oficiales de artillería, los cuales, en defensa de las baterías, elevaron á muy altos quilates el gran renombre y clarísima fama de este nobilísimo Cuerpo. Y aunque todos los historiadores, sin excepción, entonen el himno de alabanza al que fué alma de tan hazañosa jornada, dejemos que la enérgica pluma del coronel D. Fernando García Marín, testigo de aquella lucha de gigantes, desarrolle ante nuestra vista el panorama del combate, para que podamos contemplar á nuestro héroe descollando sobre los que, héroes también, escribieron una página insigne en los fastos de la patria. (Memorias para la historia militar de EsPaña, pág. 86 y siguientes):
Mientras el Mariscal Moncey, desplegando sus inmensas masas, se aproximaba á la capital por su derecha..., atacó el Mariscal Mortier, y bajo sus órdenes el General de división Gazán en la tarde del 21 de diciembre por la parte del Arrabal con 13.000 hombres, la mayor parte granaderos, divididos en siete columnas. En los fastos militares se refieren pocos ataques más atrevidos, impetuosos y sangrientos; y jamás el espíritu enardecido de los combatientes se manifestó con rasgos más imponentes y heroicos. Los franceses, llenos de ardor, temerariamente audaces y exaltados hasta el extremo, á medida que hallaban mayor resistencia, se arrojaban á paso de carga y con invencible osadía sobre las baterías del Rastro y del Tejar, erizadas de cañones, llegando hasta el pie de ellas donde pagaban con la vida su bárbaro atrevimiento. Nuestra metralla hacía estragos espantosos en sus columnas, que al instante eran reemplazadas por otras que las seguían, para ser sucesivamente destrozadas. Al mismo tiempo la espada de la caballería y el fuego bien dirigido de nuestra infantería, acabaron de derrotar al enemigo, que tuvo que huir vergonzosamente en pleno desorden, arrojando las armas y dejando en el campo de batalla más de 4.000 cadáveres.
«Todos los Generales, oficiales y cuerpos que tuvieron parte en tan gloriosa jornada, se portaron con intrepidez y serenidad digna de los más altos encomios, pero, quien justamente llamó la atención del General en Jefe y del Ejército por su pericia y extraordinario valor, en aquella tarde memorable, fué el coronel D. Manuel de Velasco, comandante de las baterías, al cual podemos decir en obsequio de la verdad, se debió en gran parte la completa victoria que conseguimos sobre el enemigo. Este jefe singular llevó su bizarría, serenidad é inimitable presencia de ánimo, hasta el peligroso extremo de ponerse de pie varias veces á cuerpo descubierto sobre la cresta del parapeto, con el fin de observar los movimientos y dirección del enemigo, y correr de una á otra batería, para contenerle y rechazarle, despreciando el vivo fuego que se le dirigía con inminente riesgo de ser sacrificado. Colocado al lado del obús ó del cañón, no permitía que disparando sin objeto cierto y próximo se desperdiciase un solo tiro. Los artilleros con el botafuego en la mano, fija la vista en su comandante en actitud de esperar sus órdenes, se impacientaban de la flema que al parecer mostraba, pero que sabiamente regulaba con el tiempo que los precipitados franceses debían tardar en ponerse al alcance de la metralla que, sin perder un grano, vomitaban sobre ellos las fulminantes máquinas, destrozando columnas enteras y cubriendo el campo de cadáveres y miembros mutilados.»
«Nada resistió al acertado manejo de estos tremendos instrumentos de la devastación y la muerte, dirigidos por aquel diestro jefe, que adquirió en una tarde muchos siglos de gloria. El general en jefe, justo apreciador del mérito distinguido, le promovió sobre el campo de batalla á brigadier de los Reales ejércitos, con universal aceptación y complacencia de cuantos habían admirado los brillantes hechos y señalados servicios que acababa de contraer, y debían ser tan útiles y de tan trascendentales consecuencias para los ulteriores progresos de »nuestras armas y de la defensa de Zaragoza en que ya nos veíamos empeñados.»
ADELANTADO el sitio, adoleció Velasco de la enfermedad infecciosa que convirtió la ciudad heroica en un vasto cementerio; pero su robusta naturaleza consigue triunfar del mal, y convaleciente apenas en los momentos de la capitulación, pudo sustraerse con la fuga á la infeliz suerte de prisionero, llegando trabajosamente á Valencia. Destinado al ejército de Cataluña, se le confirió el Gobierno militar de Tortosa en 1° de mayo de 1810; proveyó sus baterías y almacenes, y con una impetuosa salida destruyó los primeros trabajos de los franceses contra aquella plaza el 4 de julio de dicho año. El 16 de julio fué relevado por el Conde de Alacha, é incorporado al ejército de operaciones, obtuvo mando de brigada á las órdenes del Marqués de Campo Verde, asistiendo con su habitual bizarría á las acciones de La-Bisbal, Cerdaña y Cardona, que le valieron la cruz de San Fernando, patente de heroísmo, tan raramente concedida entonces que sólo la obtuvieron ocho oficiales de Artillería en toda la guerra de la Independencia. En 1° de noviembre fué nombrado gobernador de la Seo de Urgel, donde rechazó valientemente un sitio brusco del enemigo, obligándole á retirarse con afrenta. En 1811 relevó al brigadier Sarsfield en el mando de las tropas, que bajo la mano de su nuevo jefe, defendieron con tanta bizarría el arrabal de Tarragona, saliendo de esta ciudad antes de la capitulación para desempeñar el cargo de segundo gobernador de Valencia que se le había conferido. Prisionero por la capitulación de Valencia, que siguió al desastre de Murviedro, fijé llevado á Francia, de donde logró evadirse el 20 de enero de 1814, para concurrir inmediatamente á la invasión del territorio enemigo, mandando una brigada del ejército de la Izquierda.
Leal á Fernando VII, que galardonó sus relevantes servicios con la faja de mariscal de campo, se abstuvo á pesar de sus opiniones liberales, de tomar parte en ninguno de los movimientos intentados para restablecer la Constitución de Cádiz, yen 182o combatió el pronunciamiento de Riego, como jefe de la artillería del ejército, que al mando del general Freire encerró y puso sitio á los sublevados en la ciudad de San Fernando. Pero desde el momento en que la revolución se extendió por toda la Península, y el Soberano dijo su célebre frase marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional, ya no tuvo Velasco que ocultar su simpatía á la política dominante; y unido en amistad estrecha á Riego, Quiroga, Arco-Agüero y López Baños, caudillos é iniciadores del popular movimiento, desempeñó sucesivamente los cargos de gobernador de Madrid, comandante general de Extremadura y capitán general de Andalucía.
Pero no tenía nuestro héroe las mismas aptitudes para gobernar provincias revueltas que para brillar en las sublimidades de la batalla, y tan comprometidos destinos labraron su perdición. Que en aquel período de locura á que puso fin trágico la intervención francesa de 1823; en aquel delirio de los clubs anárquicos, de los banquetes patrióticos, del Trágala y del Himno de Riego; en aquella explosión de la licencia en que, como dijo D. Antonio Alcalá Galiano (capítulo XVII de sus Memorias): el que mandaba lo hacía solo en el nombre, teniendo que prestarse á obrar según quería la peor parte de los que igualmente en el nombre obedecían, entre los cuales también era superior la influencia de las personas menos dignas de aprecio, Velasco, militar valiente y entendido, honrado, serio y duro, pero del todo inexperto en política é impotente para dominar los desórdenes populares, fué juguete de la parcialidad exaltada en que se afilió, y si no cantaba el Trágala, como Riego en Aragón, protegía á los tragalistas, (Marqués de Miraflores, Apuntes histórico-críticos) alcanzando por ello opinión de patriota furibundo. Adversario de la intervención extranjera, intentó levantar el reino de Extremadura contra los franceses; pero las defecciones del Conde de La-Bisbal, Morillo, Manso y tantos otros que unieron las armas constitucionales á las del Duque de Angulema, imposibilitando toda resistencia, cortaron el vuelo á sus propósitos, y sólo, disfrazado y perseguido, corrió á Cádiz ansioso de morir defendiendo aquel último baluarte de la libertad española.
Mas ya no era Cádiz la ciudad invicta de 1812; cayó el último baluarte, y la reacción vencedora, obedeciendo á una ley tan ineludible y cierta en el orden moral, como en el físico, fué tan tremenda y desbordada como violenta y desatinada había sido la revolución. Disuelto el ejército, indefinida la oficialidad, imperante la barbarie, ajusticiado Riego, arrastrando cadenas ó proscriptos y condenados á muerte cuantos se habían señalado por sus opiniones constitucionales en el Gobierno, en el Parlamento, en la prensa ó en la milicia, desaparece Velasco sin que nadie volviese á saber de su persona. Presumíase que habiendo conseguido emigrar del patrio suelo fallecería obscurecido é ignorado en tierra extraña pero una rarísima, historia de Fernando VII (1) descorre el velo de sus misteriosas postrimerías en este sentido párrafo:
«Entregados los indefinidos á la rabia de sus perseguidores, no tardaron en ser impurificados y mendigar por las calles un sustento que habían ganado en cien combates peleando contra las águilas del imperio. Muchos perecieron devorados por el hambre, como aconteció en Cádiz al General de artillería D. Manuel de Velasco, que después de haber brillado como ninguno en la heroica y desesperada defensa de Zaragoza vino á morir en una buhardilla entre las garras de la miseria y á recibir la sepultura con nombre supuesto y en clase de mendigo, para librar del furor de la policía al vecino que le había tenido oculto»
Así sucumbió D. Manuel de Velasco á la lozana edad de 48 años. Si sus altos hechos le conquistaron el lauro de los héroes, ¿podríamos regatear á su triste morir la palma de los mártires? ¿Quién figuraría con mejor derecho en el insigne martirologio de los artilleros españoles?
(1) Titulase la obra Historia de Fernando VII, Rey de España; es de autor anónimo consta de tres tomos en cuarto, y fué estampada en Madrid, imprenta de Repulles, año 1842. El párrafo transcrito está inserto en el tomo III, libro XII, pág. 329.
El ejemplar que yo he visto pertenece a selecta biblioteca del Casino de Zaragoza.