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martes, 26 de febrero de 2008

D.JOSE DE LA SERNA Y DE HINOJOSA

D. JOSE DE LA SERNA Y DE HINOJOSA
TAN preclaro varón que, en justo premio de sus excepcionales méritos, alcanzó las elevadas jerarquías, de teniente general de los Reales ejércitos, virrey del Perú y Conde de los Andes, fué uno de los ilustres artilleros concurrentes á la segunda defensa de Zaragoza, de cuya medalla conmemorativa siempre hizo gala, poniéndola en el pecho y en el encabezamiento de sus decretos al lado de las grandes cruces de San Fernando, San Hermenegildo é Isabel la Católica que ostentaba dignamente.
Hijo de padres de la más calificada nobleza, nació en Jerez de la Frontera en el año 1770; ingresó en 1782 en el Colegio de Artillería de Segovia, y ascendió á subteniente en 1787, siendo compañero de promoción del inmortal Daoiz. Conquistó merecida fama por su valor é inteligencia en la heroica defensa de Ceuta sitiada en 1791 por el Emperador de Marruecos, y muy principalmente en los días 25 de agosto, 30 de septiembre y 31 de octubre del referido año, cuando la guarnición realizó aquellas valerosas salidas que destruyeron todos los ataques y baterías del sitiador, obligándole á levantar el cerco; y no fueron menos importantes sus servicios en las guerras del Rosellón y Cataluña contra la república francesa, y en las expediciones marítimas del general Mazarredo contra los ingleses. En 18o5 ascendió á teniente coronel, sargento mayor del 2° Regimiento de Artillería, con cuya unidad concurrió á la defensa de Valencia, y últimamente á la de Zaragoza, á donde llegó en los primeros días de agosto de 18o8, mandando las compañías de artilleros de plaza afectas á las divisiones enviadas por la Junta Suprema de Valencia en socorro de los aragoneses.
En pleno segundo sitio claro es que, por su categoría de jefe, no desempeñó el mando inmediato de ninguna batería aislada, pero sí el grupo de las que constituían una misma línea, y como Cónsul, Ozta, Velasco y Navarro Sangrón, eligió siempre para su asistencia é inspección los puestos de mayor peligro.
Prisionero por la capitulación y conducido al norte de Francia, pudo evadirse felizmente, y atravesando Suiza, Alemania y Hungría, aportar á Salónica, embarcarse y llegar á tiempo de coadyuvar al glorioso y definitivo triunfo de la Patria.
Ascendido á coronel del cuerpo en 1812 obtuvo el mando del 3.er Regimiento, y al terminar la guerra de la Independencia, en la que conquistó envidiable notoriedad, fué promovido á brigadier del ejército.

Promovido en 1816 á mariscal de campo y nombrado general en jefe del ejército del Alto Perú, cuyos apartados dominios gobernaba desde Lima el virrey D. Joaquín de la Pezuela, Marqués de \ duma, principió La Serna sus trabajosas campañas contra los insurrectos peruanos que, dueños de un país de extensión inmensa, luchaban por su emancipación, protegidos por los buques ingleses de los almirantes Cochrane y Guise, que bloqueaban los puertos, imposibilitando los socorros de España. No era difícil, por tanto, predecir el fin de tan desigual contienda.
Por otra parte, proclamada en España y aceptada por Fernando VII la Constitución de 1812, á la que Pezuela era poco afecto, surgieron desavenencias que motivaron la renuncia del Virrey, quien n 29 de enero de 1821 resignó su alto cargo en manos del general
La Serna, designado para sucederle por mandato de S. M. contenido en un pliego secreto.
Litigiosa y poco saneada era la herencia que el nuevo virrey recibía de su benemérito antecesor; el tesoro estaba exhausto; Colombia, Venezuela y Buenos-Aires, eran independientes de hecho; Chile había roto el vasallaje derrotando á los españoles en Maypú en abril de 1818; el ejército Real, compuesto casi en su totalidad por natura-les del país y simpatizadores con su independencia, tenía que habérselas con los numerosos contingentes de colombianos, venezolanos, chilenos y argentinos que entraban por norte, poniente y sur al mando de Alvarado, Riva-Agüero, Tristán, Chinchilla, Santa Cruz, Bolivar, San Martín, el francés Sucre y los ingleses Miller y Duchbury. En el reloj del destino sonaba hora de emancipación para la América meridional, y en vano procuraba retrasarla el noble virrey, preparándose al combate como buen soldado y honrado caballero.
Cumpliendo elementales deberes dio comienzo á su mando proclamando en Lima la Constitución de 1812 vigente en la madre Patria; y considerando urgente acudir con mano firme á los apuros del tesoro, convino con los principales jefes del ejército en reducir las pagas á la mitad, dando, para decretar esa reducción, el buen ejemplo de renunciar á sus pingues haberes, quedándose solamente con 12.003 pesos anuales, que para la alta representación de un virrey y general en jefe, era suma insignificante, máxime si se tiene en cuenta la carestía de aquel país.
Tomada esta resolución, y encomendando el mando del ejército al general D. José de Canterac, no dudó el virrey en afrontar la necesidad de establecer su gobierno en punto más céntrico y libre que la ciudad de Lima, estrechamente bloqueada por mar y por tierra, y presa á la sazón del hambre y de la peste. La salida de las extenuadas y famélicas tropas de aquella guarnición se imponía como medida salvadora, y La Serna, dejando bien guarnecida y provista la fortaleza del Callao, evacuó la capital el 6 de julio, llevando las tropas restantes á reponerse en el saludable valle de Jauja, y poco después á la ciudad del Cuzco, antigua residencia de los Incas y punto estratégico tanto para el buen regimiento del Estado corno para la dirección de las operaciones militares.
En el año 1822 prosiguió la guerra guerreada de grandes marchas y pequeñas acciones, cuyos hechos más salientes fueron la victoria de Ica (7 de abril) en que Canterac destrozó la división insurgente de Tristán, y el levantamiento del bloqueo de la ciudad de La Pa. con-seguido por D. Jerónimo Valdés, después de haber castigado con mano dura al cabecilla Lanza. Y todavía más gloriosas y fecundas en triunfos fueron las campañas realizadas en 1823: rómpelas Valdésdesbaratando al insurgente D. Rudesindo Alvarado en Torata y Moquehua (19 y 21 de enero) casi al mismo tiempo que Canterac consigue recobrar á Lima (18 de junio) y que el virrey después de alcanzar otra brillante victoria sobre Santa Cruz en Sicarica y de poner en desbandada la caballería de Sucre en Arequipa (8 de octubre) consigue limpiar la costa de sus tenaces perturbadores, por cuyos méritos obtuvo el ascenso á teniente general.
Pero la campaña de 1824 fué del todo funesta para las armas y los intereses españoles; principió por la traición del general Olañeta que, abandonando al ejército leal, se pasó con su división al enemigo, y acabó por la catástrofe de Ayacucho, que puso término á la dominación de España en la América del Sur. La Serna, al frente de un pequeño ejército compuesto de 8.400 infantes, 1.600 caballos y 14 piezas de artillería de montaña, marchando por las escabrosidades de los Andes invade la provincia de Huamanga, y el 3 de diciembre ataca y desaloja á Sucre de sus posiciones de Matara, obligándole á retirarse sobre Quinoa; síguele el virrey y el 8 de diciembre acampa en el cerro de Condorcdnqui al frente del enemigo. Sólo el pequeño llano de Ayacucho separa á los dos beligerantes; la batalla es inevitable y tiene que ser decisiva, porque ni Sucre puede abandonar su excelente posición defensiva sin riesgo de perderse, ni á La Serna le es posible retroceder teniendo á su espalda al traidor Olañeta, que le hubiera destruido en los pasos ventajosos previamente ocupados. La única salvación posible era la victoria.
Y amaneció el nefasto 9 de diciembre de 1824; la batalla sangrienta, ventajosa al principio y bien reñida en nuestra derecha, se pierde en izquierda y centro, y el general La Serna que á la cabeza de sus tropas procura acrisolar su honor y buscar la muerte, cargando impetuosamente al enemigo en desigual pelea, cae prisionero en sus filas derramando sangre por seis heridas.
Solo el ala derecha, capitaneada por Canterac y Valdés pudo continuar resistiendo en la áspera ladera del Condorcanqui, pero era forzoso capitular y Canterac afrontó esa dolorosa responsabilidad: perdióse la batalla pero quedó incólume la honra.
LIBRE el Virrey de sus prisiones por consecuencia de la capitulación, fué conducido á la Caleta de Quilca con los generales Canterac, Monet, Villalobos, Valdés, Fertaz y demás compañeros de infortunio que con tanto valor como desdicha pelearon en Ayacucho, y la fragata francesa Ernestina, que zarpó el .° de enero de 1825, los desembarcaba en Burdeos tan pobres como honrados, después de cinco meses de navegación.
Adornaban al general La Serna las más relevantes prendas de talento, valor, probidad y patriotismo, y fueron tan grandes sus esfuerzos para la conservación del imperio de los Incas, que ni aun el desastre de Ayacucho logró mancillar su fama. Alábanle los historiadores Conde de Clonard, D. Modesto de la Fuente y D. José Segundo Florez, y sus mismos subalternos, que ordinariamente cargan sobre el general vencido todas las culpas de la adversidad, fueron sus mayores apologistas: Espartero en una proclama célebre, llamábale el más virtuoso de los Virreyes; García Camba en sus interesantes Memorias no le cita una sola vez sin elogiarle, y otro tanto hace el ingenuo D. Jerónimo Valdés en su conocida Exposición á S. M. El mismo Fernando VII, á pesar de su carácter suspicaz y desconfiado, lejos de dar oído á envidiosos y calumniadores, que nunca faltan, y previa una minuciosa depuración de la verdad, quiso honrar noblemente al vencido, agradeciéndole con el título de Conde de los Andes en recuerdo de sus glorias, trabajos y desventuras.
Acompañado del duelo del cuerpo de Artillería y de cuantos le conocieron, murió el Conde en Cádiz, en julio de 1832, á los 63 años de su edad.